miércoles, 1 de diciembre de 2010

Jugar a dos puntas


Aquí la cosa no es que te levantás a la mañana y está lloviendo. Puede caerte una linda a cualquier hora del día. Por eso hay que salir con paraguas, cosa que a mí no me entra en el marulo. Hoy empezó a llover mientras cruzaba por el Auditorio, y habría llovido antes, porque la calle estaba mojada. Entre cemento, agua y tierra, perdí uno de los tacos de la bota. Empezamos bien el día. Entre al hall repitiendo: tengo que tener cuidado en las escaleras...tengo que agarrarme bien, no vaya a ser que me pegue un palo. Llegué entera a la 102. Zafé, le dije, con el taco en la mano, a Antonia Maravilla, que estaba de espaldas, como siempre, buscando cosas raras en el manuscrito. Pero como es perfecto en esta vida, se me rebeló la escalera del baño del tercer piso. Yo sabía. Esa es traicionera. Toda de mármol y empinada, solo te lleva a la puerta con signito de chica con vestido. A la salida, pumba! resbalón de tres escalones y...agarrada de pasamanos casi instantánea. Zafé otra vez, me dije. Pero me vio Salgado, que andaba con una carpeta verde en la mano: Pareces Supermán, chica. Esa fue la palabra mágica. Je, si eso hubiera pasado del otro lado el otro, Salgado me hubiese dicho: Parecés la mujer maravilla, flaca. Pero aquí Linda Carter y su lazo mágico no llegaron a la tele. Una pena.

Pedí mi primera muñeca-mujer maravilla a los 5 años, después de caer rendida ante los encantos de la señora que daba una vuelta y se transformaba en otra con estrellitas por todas partes. Descubrí que nadie conocía aquí a mi otro yo cuando me fui con J. a la sierra. Como el viaje era largo me compré una revista medio bizarra en la estación, que fui leyendo mientras el bus trepaba por un camino muy verde. La revista traía un artículo larguísimo sobre el inventor del comic de la Wonder Woman. El hombre, parece ser, era un fetichista de aquellos, y por eso la llenó a la WW de lazos y brazaletes. La pensó como alter ego de su señora esposa (que a saber cómo era). Yo estaba como loca y le leía a J. en voz alta todo esto, mientras la vieja del asiento de adelante miraba por el rabillo y J. me miraba a su vez con cara de no cazo una. Esa misma tarde nos fuimos a una cala a nadar un rato. Hacía calor. J. charlaba con un lugareño, y yo me metí al agua, que estaba helada. Mientras me hundía creyéndome la gran Laguna Azul, la ví: serpiente de agua, roja y negra, flaquita, que iba saliendo muy lentamente de la superficie y me miraba mientras sacaba la lengua. Sí, les juro, como en un capítulo de la WW. Quédate quieta, no te muevas, gritó el lugareño. Fueron unos instantes, una lucha de miradas de chica a chica y volvió a hundirse. Salí despacito, mientras el lugareño perjuraba que hacía años que no se veía a una de esas, que ya no venían por culpa de la gente (nostros, para el caso). Miré a J.; Chica Maravilla, me dijo, mientras me daba una palmadita en la espalda. Allá me hubieran dicho: Mujer Maravilla.
Hoy me dediqué a contar sinalefas porque voy a demostrar que en el siglo XIII no existe la sinalefa. Conté casi 300. Una era: que me querades mal/maravilha é, senhor.

Lelia Doura

No hay comentarios:

Publicar un comentario