domingo, 13 de mayo de 2012

El limbo del tercer piso

Tres hacen un colegio, Trinum faciunt collegium. Y sí, si existen las tres marías, los tres cantos de la Divina Comedia, las tres gracias, las tres personas divinas, el pueblo de Tres Arroyos, si para Pitágoras todo se resumía a tres, y si los masones hacían colegio triangular, si el trivium, y si tres tristes tigres comen trigo en un trigal, también tenía que existir un tercer piso.
¿Una silla, una mesa y muchas telarañas hacen un tercer piso? Sí. Más si apenas entran luz y ruidos. Si apenas hay aire y si huele a óxido.

Hay cinco pisos, una planta baja. En el cuarto y en el quinto están las aulas. En la planta baja el salón de actos y el despacho del regente. 
Llevo aquí muchos años, así que a los regentes me los conozco bien. Con el tiempo he sabido ganarme su confianza. Tuve que estudiarlos como a  una obra. ¿Son de Bartok o prefieren a Sibelius? Mi técnica se basa en observar a quiénes observan ellos a la entrada: si miran con detenimiento a los que cargamos un peso pesado, entonces es que debieron ellos también en algún momento llevar algún instrumento al hombro. Empatía por experiencia, pecado por contrapaso.

Yo llegué al tercer piso por error el primer día de clases hace ya muchos años. Supuse, en mi despiste, que estaba en el cuarto. Armonía y Morfología I: llegaba tarde y me pesaba el chelo. Salí del descanso de la escalera y enfilé por el pasillo. A los pocos segundos me di cuenta de que algo estaba fallando. Allí no había clases, no había gente, no había luz.

-Veo que anda perdido.

La voz salía del fondo y se acercaba a mí a través del sonido que producen las suelas de madera de los mocasines en la madera hueca de los pisos de antes. La luz mortecina hacía que poco a poco ese tombak improvisado fuera convirtiéndose en una camisa blanca y unos pantalones grises. El regente.

-Ah, sí, creí que estaba en el cuarto.
-Pues ya ve que no. Siga nomás para arriba.
-Ah.

Obediente, le hice caso. Cuando pisé el tercer escalón, me di vuelta. El regente se metía las manos en los bolsillos, de pie entre el pasillo y la luz de la claraboya. Su calva brillaba.

-Una pregunta, ¿esto es como una sala de ensayo? ¿Se puede usar?
-Es y no es.
-Como la Divinidad.
-Puede ser.

Cuando terminé mis clases, bajé hasta su despacho. Lo sorprendí tomándose un mate mientras mordisqueaba una galletita de agua.

-Disculpe. Estaba pensando si me podía prestar la llave del tercer piso. Es que tengo que ensayar y

No me dejó terminar la frase. Estiró su brazo y de un clavito amurado saco una llave dorada con una arandela plateada. Una de esas llaves de las que hay en todas las casas.

-Ya lo descubriste. Andá, subí. Ahora, que sepas que del limbo del tercer piso no se entra ni se sale así nomás. 

LeliaPepa Doura

viernes, 4 de mayo de 2012

M.S.S. o Mamá Satán Solarium


Increíble pero real!!!!!!!!
Una mujer de Nueva Jersey fue arrestada por poner a su pequeña hija de 5 años en una cama solar.
Patricia Krentcil, de 44 años, dijo a un canal de New York que ella llevó consigo a la niña a un salón de bronceado, pero que la pequeña no fue expuesta a los rayos ultravioleta.
"Yo me bronceé, ella no. Yo estaba en la cámara, ella estaba en el salón. Eso es todo lo que ocurrió" aseguró al rojo vivo. La pequeña lucía las mejillas excesivamente bronceadas, según su padre.
Krentcil, de Nutley, Nueva Jersey, fue arrestada la semana pasada, y acusada de poner a su hija en grave peligro. Después, fue puesta en libertad bajo una fianza de 25.000 dólares y está previsto que comparezca en corte el miércoles.
"Es como llevar a tu hija al supermercado a comprar la comida" dijo Krentcil. "Un montón de madres llevan a sus hijos" aseguró.
La policía, sin embargo, dijo que Krentcil puso a su hija en una cámara de bronceado en posición vertical.
La ley del estado de Nueva Jersey prohibe que los niños menores de 14 años usen las cámaras solares, sólo pueden hacerlo acompañados de un adulto.
La policía fue alertada por las autoridades escolares, quienes afirmaron que la hija de Krentcil apareció en la escuela con lo que parecían quemaduras de sol y dijo a sus compañeros de clase que: "había ido a broncearse con su mamá".
Rich Krentcil, el padre de la niña, dijo que la maestra malinterpretó a su hija: "Teníamos 85 grados de temperatura afuera, y ella se quemó con el sol. Eso es todo. Eso fue todo lo que ocurrió".
Extraído de la web.

jueves, 26 de abril de 2012

El Dr. Antonopupolos

Días pasados mi hijo estaba enfermo, algo andaba mal en su garganta. Por esta razón, llamamos a un médico a domicilio. Una hora después llegó un doctor de apellido griego e interminablemente largo, unos 60 años y un polar color mostaza sobre un ambo verde. Fuerte. Una medicina Rojo Shocking. Mi hijo lo vio y empezó a llorar como un pequeño demonio de Tasmania que ha sido exiliado a Buenos Aires. Entonces, el doctor Antonopopupupoplusisis dijo que iba a remediar el llanto furioso. Al segundo, sacó de su maletín un muñequito que me hizo recordar una serie de los 70, donde los personajes eran marionetas y viajaban al espacio. Esa serie me encantaba. El método parecía raro -como mínimo- porque la cabeza del retro muñeco era como una pelota de tenis y el cuerpo como de cajita de fósforos. La cara del juguete presentaba un adulto, serio, peinado a la gomina, boca rígida. Poco amigable igual más llanto. Al apretar un botón en su pequeña espalda, el cabeci-deforme largaba esta frase en un español neutro: "no soy un médico, soy un científico" - "no soy un médico, soy un científico". ¡¡¡¡¡Un científico loco, me dije yo, este Antonopupolos!!!! Mi hijo no dejó de llorar hasta que yo, no pude evitarlo, me puse a reír. Antonononopupolus dijo:"las ciencias médicas siempre sirven para algo". No soy una paciente, soy una blogger. Flor de realismo

domingo, 8 de abril de 2012

El perrito caraculo



Según Chus, estamos en la era de los perros feos.
Durante nuestro último viaje, recordando a su viejo pichicho -ya difunto-, nos preguntábamos por qué ya no veíamos variación de perros, gente con perro normal, así, de esos de hocico largo, pata larga, pelo marroncito. El perro de Chaplin, el de Annie, el de Diógenes. Esos perros de la calle, los adoptados de la vida, los cariñosos a toda hora, los que los dejás en la calle mientras hacés las compras y lloran porque te ven desde afuera del escaparate y te extrañan. Esos.
Yo le conté que hace rato, tanto aquí como del otro lado del océano, vengo encontrándome con un mismo tipo de perro, un tipo, a mi parecer, tan feo como simpático...bueno, esto lo dejo para más adelante.
Estos canes son como una especie de mutación, un perro de invernadero, un kiwi de perro. Yo, hasta que Sunny no me dijo que en Italia le dicen carlinos (y símil, o mejor, post-carlinos, porque parece que carlino carlino del todo no son), les decía caraculos.
Y sí, son perritos enojados, un boxer enano, chueco, retacón, de cola enrulada como un puerco y de hocico negro por el cual apenas pueden respirar. Vienen en clarito, como en la fotos (carlinos) o bicolores (post-carlinos). Más que ladrar, jadean, babean. Así y todo, hasta hoy los consideraba simpáticos a los caraculeiros estos.

Hoy, al fin, salió el sol. Me puse mis botitas de gamuza, marroncitas, nuevas, chic. Paro en el semáforo, contenta, soleada. No lo oí jadear, ni siquiera acercarse (llevaba el heavy metal en las orejas)...en menos de un segundo un caraculo estaba pasando la lengua por mi botita, marroncita, nueva, chic. De abajo hacia arriba, lentamente, mirándome a los ojos. Shhhwaaaaaampftftp.
Ya probé pasarle de todo, pero la lengua del caraculo allí quedó estampada. Perfectamente dibujada, cruzando la gamuza de izquierda a derecha. Como un último beso, como un recuerdo imborrable del mundo de los feos en el que me toca vivir.

LeliaguauDoria

viernes, 30 de marzo de 2012

Vida de yapa



Salir a correr y encontrarte un zoquete blanco y perfumado en medio de la calle, rodeado de las flores que desprenden los cerezos en la primavera, es algo que solo puede ocurrir de este lado del océano. Convengamos que en Buenos Aires, en plena city, nadie cuelga sábanas, bragas/tangas, zoquetes/calcetines en un tendedero que da a la calle, y no me estoy refiriendo a lo que puede verse por algún barrio más tradicionalmente porteño, esto es, balconcito con ténder, estoy hablando de esos que abajo no tienen nada, que son solo cuerdita.
Yo vivo en un barrio madrileño bien céntrico, en una especie de Avenida Santa fe (para darnos una idea), una 9 de julio de donde cuelgan los interiores de los habitantes de la Península. Al aterrizar, hace ya muchos años, achaqué este exceso de confianza, esta manía impúdica, al mal gusto, a la falta de elegancia de los lugareños. Burra de mí, mis viajes por Europa me hicieron ver que en el Viejo Mundo no importa que los transeúntes sepan si usás cola-less/hilo dental o culotte. Debo confesar el vértigo que hoy día me supone colgar la ropa y no ver nada abajo. Y que he perdido en estos años una variada cantidad de ropa interior que me ha caído de las manos. Impericia ante la impudicia.
Bueno, toda esto viene a cuento de que ayer salí a correr. Era ya de noche y las farolas que bordean el río estaban encendidas, era una noche tibia, de esas que te refrescan la cara efecto lifting natural. Iba trotando con Judas Priest en mis orejas. Entre la sombra de los arbustos y la luz mortecina apareció una señora con un abrigo marrón clarito. Tal vez venía caminando hacia mí desde mucho antes, pero mi miopía, Judas Priest, y mi mundo paralelo evitaron que la percibiera hasta que estuvo frente a mí. Van a pensar que estoy loca, pero sabía que me iba a hablar.
Yo suelo detenerme o, al menos, observar los movimientos de los ciegos. No me gusta intervenir directamente, porque creo que su dominio del espacio es mucho más preciso que el de los videntes, pero sí me acerco a ellos sigilosamente, por si llegaran a necesitar alguna ayuda, no sé, delirios de una miope. Además, yo sabía que la señora me quería hablar. Me quité los auriculares:

-Ten cuidado si vas por este camino, porque hay una farola que pronto va a explotar.

Eso me dijo. Y luego me contó que cerca de su casa (estoy segura que me habló de la calle Santa fe, a pesar de que aquí no hay calles con ese nombre) ya había pasado que de golpe estallaran los vidrios de las farolas.

-Yo no las veo, pero puedo escucharlas. Ten cuidado.

Y siguió su camino. La creí un poquito trastornada, pero igualmente le prometí que tendría cuidado, mientras miraba su dedo índice que apuntaba hacia arriba, y el esmalte rojo de sus uñas, saltado muy probablemente desde hacía meses.
Seguí con mi rutina ¿media hora, tres cuartos de hora? más. Volví caminando del otro lado del río, ya en la recta final, mientras Halford remataba las últimas notas de Diamonds and rust. Ahí fue cuando percibí un click minúsculo, un aletear de libélula. Cruce el puente mientras la farola última desparramaba sus vidrios por el camino de piedra ahora apenas iluminado.
Entonces vi el zoquete tan blanco, tan perfumado, entre las flores de cerezo.

Lelia

domingo, 18 de marzo de 2012

Agüelitas hot- Parte I


Escuchado en un bar, mientras tomo un rayito de sol con mi amiga Ana y un café con leche:

-Tía, ya es hora de que me congele unos óvulos, ¿no? Se me está pasando el cuarto de hora.

Abro medio ojo y aceito la oreja. La conversación entre dos féminas de cabello dudosamente rubio dura unos quince minutos, tiempo en el que Ana regresa de hablar con su hermana y mete el móvil en el bolso. Estupefacta le cuento la charla sobre salud reproductiva que acabo de presenciar. Ana, la muy feminista, se alegra, mientras a mí se me eriza la piel de solo pensar que me tendrían que pinchar un ovario. También me lleva a recordar ese sueño que tuve una vez, ese sueño donde cuidaba a un bebé metido en un frasco transparente, como una orquídea. Lo conté una vez en un cumpleaños y dije que sentía que solo así podría ser madre (¡puaj!, los hospitales, su olor y su color amarillo), y que no me molestaría cuidar y visitar día a día a un bebé en un frasco, como una orquídea. La gente se lo tomó a mal y me acusaron de insensible, pero a mí me sigue pareciendo una imagen no tierna, pero si mágica. Muy blanca y no amarilla.

Lo mejor de la conversación sobre salud reproductiva y sobre el bebé orquídea fue que, ya de camino a casa, sola, a eso de las siete y media y escuchando en el ipod Judas Priest, fui a parar al recuerdo de unas señoras que conocí hace varios años en un viaje por unas sierras de prados verdes en el Cono Sur. Las señoras eran lo que podríamos definir como abuelas, sin saber exactamente si es que se habían reproducido en algún momento de sus vidas o si solo sus canas y sus arrugas habilitaban tal hipótesis. Adelanto aquí que creo que la vejez es una cosa feísima, y que, bajo ningún punto de vista creo que alguien puede ser bello o apetecible con canas y arrugas, mucho menos con dientes faltantes, de plástico, o con ciática o lumbago. Esto sí que es un comentario más insensible que el del bebé orquídea, lo admito. También admito que uno puede divertirse en esos años de canas y dolores de huesos. Y mucho. Eso me lo enseñaron las señoras de las sierras, mejor dicho las agüelitas hot.

Las agüelitas hot alquilaban una de las casas que lindaban con el hostal donde yo me hospedaba y tomaban sol plácidamente desparramadas en las reposeras del sector donde yo me sentaba a trabajar con mi laptop todas las mañanas. Eran tres y bajaban con sus mallas enterizas, sus pareos de flores y unas pamelas de ala ancha en la cabeza. Agradezco que el Dios de los Cronotopos me haya regalado la causalidad de escuchar sus conversaciones matinales, solo interrumpidas por la momentánea aspiración de un mate:

Hot 1: -Yo en mi vida tuve uno o, como mucho, dos orgasmos seguidos, pero con Romi, solo con él y desde hace dos años, soy capaz de tener tres o cuatro en una noche.

Hot 2:-¿Y la mujer de Romi qué opina? (risas)

Hot 3, con anteojos:-Yo, desde que conocí a Raúl, el chofer que nos llevó a Mina Clavero la semana pasada, reviví en cuatro o cinco noches todas las posiciones del kamasutra que solía hacer con mi finadito Juan.

En este caso no abro los ojos a media asta ni debo aceitar cosa alguna. Me siento bastante tonta cuando me encuentro, de pronto, poniéndome colorada y fijando la mirada en la pantalla y en miles de letras en Times New Roman que van perdiendo el sentido y la forma. La conversación vecina se desliza como un esquiador experto en mis orejas, las abuelitas hot se cuentan todas sus experiencias "de vida" mientras se pasan el protector solar por los hombros o comparan el tamaño del vigilante con crema pastelera que una de ellas se está comiendo con...Es demasiado, no puedo concentrarme en el artículo que tengo que entregar pasado mañana y que hace meses me mantiene alejada de cualquier centro social, el que apenas me deja tiempo para bajar al sector de las mesas y sombrillas y disfrutar de lo que queda del verano. Evidentemente, ni soñar puedo con una imagen mía más carnal, más sensual, un minuto de placer. Yo sigo confinada a mi mundo de libros y compañeros de trabajo gays. Yo también estoy, como el bebé del sueño, en mi frasco de cristal. Pero, en el fondo, ¿para qué soñar con algo así? si para eso están las agüelitas hot. Sigo (ahora, y gracias a ellas, con más convencimiento) con mi artículo sobre la cuaderna via y las Cantigas de Santa María.

Lo que más me llena de una especie de rabia hibridada con orgullo por las de mi género es que las agüelitas hot tienen un querubín que suele aparecer diariamente hacia el medio día. Les trae medialunas o un termo extra con agua caliente. Imagino que será algún nieto o un vecino que las quiere mucho, alguien que, tal vez como yo, aprendió mucho de ellas. El muchachito es un primor, delgado como un junco, suavemente despeinado les susurra los buenos días y hasta, a veces, carga con la canasta de alguna.

Debo admitirlo, a pesar de que la imagen pueda resultar al lector extravagante, grosera, desangelada, está anclada en la más pura realidad (si es que esta existe), purísima. Y me alegra que la ancianidad sea algo más que tejer sweaters en punto santa clara para toda la familia o ir a misa de diez. Me alegra encontrarme vórtices bizarros por aquí y por allá, esos que hacen que en la piel se sienta eso que definimos como progreso, como igualdad y bla bla bla. Debo admitirlo, no sé si, como las damitas del bar de la Plaza Santa Ana, vale la pena que te pinchen para ser madre o abuela, pero ser agüelita hot, eso sí que resulta cada vez más evidente que es algo que vale la pena.

LD

lunes, 12 de marzo de 2012

Corisia


Hace poco quise escribir sobre un palo borracho, pero la historia se perdió. Hace unas horas quise meter un palo borracho dentro de un frasquito, pero no pude.
Me di cuenta de que no sabía nombrarlo, por eso me/te preguntaba si los flacos y los gordos eran de la misma familia, o si eran ceibos o qué. Necesitaba un nombre. Es que no me gusta decirle "palo borracho" porque es un árbol, no un palo, y los árboles beben agua.
Un libro me dice que se llama "chorisia", donde esa "ch" debe leerse como "k", sino hablaríamos de un chorizo borracho (y vamos cada vez peor). Ya sé ahora por qué no pude escribir ni guardar, se llamaba corisia.

Corisia, que suena a caricia, pero más silenciosa y profunda, un sesenta sobre el cuarenta de la nada de pensamientos. Y suena a "cor", que en occitano es corazón.
De este lado del océano no hay corisias, por eso intento ahora guardarme todas las imágenes de las corisias de estas últimas semanas, una corisia en la tarde calurosa y el cielo que se escurre entre sus hojas si lo mirás desde recostada y con las piernas cruzadas, y específicamente esa de las ocho, la de la esquina, vista desde la izquierda, sobre tu hombro, mientras las flores rosas caen en el pastito y solo yo las escucho. Corisia silenciosa. Nadie volverá a mirarla desde donde yo la miraba.
El olor de la noche es uno de sus pétalos, un frasquito donde antes hubo perfume. Mientras crecen mis ramas y me estiro para nombrarte, se quedan tus colores en mi cuarto, corisia a la distancia.

Lelia Leila

domingo, 4 de marzo de 2012

Garganta de loca

Digo yo, con taaanto diseño dando vueltas: las tazas personalizadas; los cepillos de dientes con mini foto del dueño; vinilicos para las paredes que sólo tienen 3 copias; pelos, cine, zapallitos y zapatillas de autor... a ver, ¿no será hora de construir edificios de diseño? Ya sé que los hay. Ondita feng shui, ondita "amenitis", minimalistas, casa chorizo reciclada por arquitecto europeo, etc, etc; pero digo, los podrían hacer por público, por onda de vecinos.
Idea patentada en Ideas Comerciables. com

Dicho al pasar. Una loca rematada cada vez que un nene llora encaprichado (sí, más de los minutos que los padres pueden tolerar pero igual toleran) sale al balcón y grita: ¡¡BASTA!! y luego da un portazo. Y cuando viene un amigo del nene y juegan a los gritos en el patio, como lo hacen los chicos de 3 años, idem.

La loca vive con su novio y trabaja 32 horas al día. Grita cuando pelea con su novio cosas como: "¡No me digas más que soy un macho y matá esa cucaracha, la puta que te parió!"; grita cuando tiene relaciones como si fuera un exorcismo (Ajjjjjjjjjjhhhhhjjjjjjjjjjjjj); grita cuando juega su tenista favorito: "¡Corre pelotudo, corre y la concha de tu madre, correeeee, nnnnooooooo!"; grita cuando cocina el otro: "¡Gon, huelo que se queman! ¡¡¡¡¡Fijáte!!!!!!".
Twist y gritos.

Digo que hagan edificios para solteros, para parejas, para familias, para familias con bebés, con adolescentes, con gemelos, con perros siberianos, con abuelos, con músicos, con cantantes de ópera, con tolerantes e intolerantes, mudos, sordos, locos lindos, locos feos, cuerdos y a cuerda.
¿No les parece?

Florida

Marzo: de la cabeza

sábado, 4 de febrero de 2012

Muchojo

Clase de Filosofía



No soy yo el que hace crecer tu alegría y ocupa en tu vida un lugar especial.  No soy yo el que te hace soñar con la luna y ver en la lluvia gotas de cristal.  No soy yo ese a quien tú le dices mi dueño no soy solo un perro que tú haces saltar.  Y que buscas Cuando sientes ganas de un hombre que te haga sentir de verdad.  Dueño de tí, dueño de qué dueño de nada un arlequín que hace temblar tu piel sin alma.  Dueño del aire y del reflejo de la luna sobre el agua. Dueño de nada, dueño de nada.  No soy yo el que siempre comparte tu vida tus penas y risas y tu realidad.  No soy yo el que pasa las noches en vela cuando la tristeza Perturba tu hogar.
Dueño de qué
dueño de nada.

"Dueño de nada"
Letra y Música: Puma Rodriguez

Hola febrero con el Puma

Miro y casi miro























Hace rato que quiero hablar de Casimiro, pero me olvido. Y eso es triste, porque si existe alguna historia de amor en este planeta, esa es la de Casimiro. Por eso, ahora que a Demi Moore, ella tan espléndida, la llaman vieja verde, y que los puntos suspensivos crecen en la peluquería de la Florida, ahora voy a contar la historia de Casimiro.
Yo tenía cuatro años, y Casimiro era el pintor de la cuadra. Andaba con un birrete blanco en la cabeza, una camisa manchada y un balde en la mano. No entiendo por qué hoy ya no veo a nadie con birretes blancos en la cabeza. Eran muy lindos, como barquitos de papel. También ayudaba, por las mañanas, a mi abuelo en el almacén...solo por las mañanas, porque el hombre parece que era amigo de la botella, y a la hora de comer se le iba la mano y le daba por dormirse siestitas de cinco horas y aparecer a eso de las siete de la tarde. Estoy segura de que, aunque nunca me lo dijo, mi abuelo lo quería bien, porque después de los cuatro gritos en gallego que le pegaba y de echarlo sistemáticamente, Casimiro regresaba al otro día por la mañana como si nada. La historia así se repetía día a día, con y sin birrete.
Durante varios años yo pensé que Casimiro se llamaba Casimiro-señora. Mi madre solía contratarlo para que pintara el baño o la cocina en las vacaciones. Y él, muy educado, cuando tocaba el timbre y yo preguntaba quién era, me respondía "Casimiro-señora". Tenía el pelo muy lacio y muy negro, y los dientes separados como un conejo blanco.
Todos sabíamos que Casimiro vivía con su tía Celmira. Casimiro tendría unos veintipico, Celmira unos cincuenta. Ella compraba las medias para Casimiro en la tienda de mi madre, "Consígamelas de puro algodón, porque el Casimiro tiene los pies muy sensibles", el fiambre en lo de mi abuelo, "bien finito el salame, porque al Casimiro le gusta que se lo sirva en lonchitas con un Gancia". A todos nos levantaba curiosidad esa enorme dedicación que la tía le profesaba al sobrino, y la forma en que nos miraba y luego cerraba los ojos, como en un tic nervioso, cuando pronunciaba su nombre. Casimiro. Medias para, TIC, Casimiro. Salame para, TIC, Casimiro. Si eso no es amor, que Demi Moore nos lo cuente.
Pasaron muchos días y muchas cosas, tantas, que a veces ni yo me acuerdo de haber vivido tanto. En todo ese tiempo me habré cruzado por la calle con Casimiro algunas veces; con Celmira un par.
Hace unos años estaba yo de visita en la tienda, tomándome un café, sentada en el silloncito rojo, cuando entró Celmira. En esos veintitantos poco había cambiado, hasta creo que traía un vestido tipo batón similar al que yo le recordaba de mi infancia. Todos esos años, de golpe, se hicieron nada. Le pidió a mi madre que le consiguiera "de esas medias de puro algodón, ¿vio?, para el Casimiro, TIC, que me sufre mucho de los pies". Y una vez más, como cuando yo no llegaba al metro veinte, nos miró, y sus ojos negros, después de abrirse intensamente atrás de sus anteojos, se cerraron en ese TIC, efímero y sentido. Antes de irse, justo al cerrar la puerta, nos dijo: ¿sabe que nos volvemos al Paraguay el mes que viene? Es que ya me salió la jubilación.
El año pasado me enteré que Casimiro y Celmira viven felizmente casados, hace bastante, en algún rincón azul del Paraguay.

Leliá Dourí

lunes, 30 de enero de 2012

¡¡¡Qué cafeterita!!!

(...) Café La Humedad, billar y reunión...
Sábado con trampas... ¡Qué linda función!
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Café La Humedad, billar y reunión...
Sábado con trampas. ¡Qué linda función!
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
(...)

"Café La Humedad"
Tango: Letra y Música Cacho Castaña

jueves, 19 de enero de 2012

Tú y yo y nuestros pelos



Cerca de mi casa hay una peluquería muy digna de este blog.
Tiene tantas aristas "particulares" que hacen de ella un mandala de fuego, un imán para los ojos ávidos de bizarría.
Un cartel naranja flúo presenta con una tipografía redonda, casi infantil, casi pacífica: "Peluquería masculina".
Unos faros de color blanco y rojo giran permanentemente a cada lado de la vidriera. Unos pirulines-falo que tratan de marear y de atraer al paseante. A la vez, estos pirulos giradores, recuerdan malamente esas películas donde hay amores veraniegos en una ciudad balnearia. Un puerto pequeño, chicas con polleras plato y una máquina que expende peluches y un vendedor de pochoclos acaramelados.
Un loro adentro de una jaula (que está enganchada en un poste de luz y entra y sale cumpliendo el horario del comercio) hace de ave vigía y grita, literalmente grita: "¡¡papa!!, ¡¡hola!!, ¡¡papa!!, ¡¡hola!!". Hay silencios entre cada vocablo; pero, desde lejos, se escucha la verde letanía.
Unos banderines marrones y con un calamar blanco estampado (horrible insignia del equipo de fútbol barrial) hondean al lado de los faros.
Del interior del comercio, desde afuera, se ve poco: un espejo de pared a pared, unas sillas típicas de peluquería y una barra.
Y finalmente, el nombre del local: "HORACIO Y ... PEPE" y debajo "Peluquería masculina".
¡¡¿Por qué los puntos suspensivos?!! ¿Un error de escritura o un misterio sin descifrar?
¿Una reverencia de caballeros en duelo?
Horacio un nombre tan adusto, tan de traje, tan de los caldeos y los sumerios, armando un imaginario culto y después ... Pepe. Con todo respeto pero el segundo remite más a lo amiguero, al escondite de un sobrenombre, atemporal, risueño, el tío, el primo, una picada entre compañeros.
En todo caso, si hay un secreto entre Horacio y ... shhhhhh... Pepe, es un secreto a voces, careteado en la vidriera y custodiado por un loro, un calamar y dos pirulines locos.
En todo caso, que el loro, nos cuente de qué se trata o quién le da la papa y a quién le dice hola.

Flor de misteriosa mi... Florida

domingo, 15 de enero de 2012

El amigo invisible


Cuando tenía cuatro años decidí inventarme un amigo invisible. Bueno, tal vez fue él quien decidió meterse en mi cabeza. Mis abuelos dormían la siesta, y yo estaba sola en el balcón, comiendo polvo de Toddy a cucharadas. Hacía calor. Algo me llevó a mirar debajo de una maceta y empezar a hablarle a una pelusa amarilla cuyo color entre verde y fluorescente podría hoy describir con exactitud. No es necesario añadir que la pelusa me contestó y que tomó, en ese instante, la forma de un niño con el cual entablé conversaciones semanas y semanas, todas las siestas que pude. Supongo que habríamos conversado más, pero llovió, y la pelusa amarilla desapareció.
Mi infantil labor de animizar los objetos, de hablarles, y de hablarme, no se detuvo con la llegada de la adolescencia. Por el contrario, creció. Ahora mi amigo era una especie de "novio en potencia" que me acompañaba en diferentes aventuras por el mundo. Algo muy romántico y decimonónico: después de luchar contra enemigos terribles, pasar por situaciones de extremo peligro, estábamos, de golpe, en un prado, a las orillas de un lago (pedazo de locus amoenus) y conversábamos largas horas u observábamos como el mar se devoraba un sol atoronjado. A veces le leía un cuento, sentados en un mausoleo abandonado.
No me da vergüenza confesar que nunca abandoné a mi amigo invisible, y que invento historias divertidas que lo ponen como uno de los personajes principales. A pesar de que su cara no ha cambiado con los años (porque, probablemente, ya no es humana), suelo adjudicarle virtudes ajenas o se lo endilgo a algún distraído. ¿Está mal? ¿Sufro alguna tara? ¿Por qué no puedo yo tener una compañía, que además es fiel y divertida? En el fondo, si ahora no te lo contara, nunca te enterarías.

Estos días de tanto frío color nada me hacen creer que me lo voy a encontrar por la calle, o que va a aparecerse en casa, pero tal vez aquí no, sino en mi próxima aventura, cuando haga calor y no me quede más remedio que hacerme un rodete, o usar el abanico de lunares rojos.

Lelia

jueves, 12 de enero de 2012

El anti regreso de los Cavallos vivos


A 10 años del 2001 argentino esta foto encontrada por sugerencia de otro blog amigo.
El anti regreso de los Domingo Cavallo (Ministro de Eco); el anti regreso de los muertos vivos; el anti retorno de los zombies. Humor negro.
Flor para no olvidar

lunes, 2 de enero de 2012

Un caballito de mar



Esta es la tercera o la segunda vez que llueve para fin de año. Según mi vecina, la del tercero C, el agua siempre es un buen augurio, es como lo de la suerte y las novias que se casan cuando llueve. Pero a mí me suena a premio consuelo, porque se les moja el vestido. Mejor es lo que decía mi Tía Pura cuando tomábamos mate en el jardín en esas tardes: "Llueve y sale el sol, se casa una vieja".

Este año no llovió demasiado, aunque lo suficiente para que me resbalase por la calle o para que no pudiera dejarme el pelo suelto después de lavármelo por miedo a quedar como un Michael Jackson a los nueve años.

Llegábamos tarde a la cena, eran casi las once, un coche y una ruta oscura. Robert Mitchum cantaba en la radio y las gotitas se pegaban al vidrio. Pabla las combatía con el parabrisas, y yo sentía que la lluvia olía a alga.

-Imposible, porque aquí no hay mar.

Y sí, las botitas que llevaba no eran para una noche de lluvia y me patiné varias veces por la calle de la Rosa hasta llegar a la casa de Beni. Cuando abrí la puerta, Antonia estaba bailando una de Massiel con una copa de cristal en la mano. Adentro, un poco dormido, flotaba un anillo de oro... Anto la zarandeaba para todos lados y el champagne caía sobre el piso haciendo un ruido que me hacía acordar a los jueguitos de agua de mi infancia. Yo tenía uno que apretabas dos botones naranjas para meter una bolita en una cesta de básquet.

-¡Pero todavía no son las doce!
-¿No? Pues para mí siempre son las doce.
-¿Como la Cenicienta?

Siempre pensé que los zapatitos de cristal deben ser muy incómodos.

Llovía, pero salimos igual. Éramos un grupo numeroso y variopinto, y por eso enseguida nos dispersamos. Antonia y yo terminamos en un bar a un par de calles de lo de Beni. Una señora muy bajita me puso un gorro de payaso en la cabeza y me dijo que me quedaba precioso. Era dorado, medio metalizado.

Como a Cenicienta, seré repetitiva, pero a mí también me quedaban incómodas las botas, por eso volvimos a la casa. Eran las cinco o las seis, hora de apagarse. Me descalcé y me metí en una de las camas. Antonia ya dormía, panza arriba y son los anteojos puestos. Roncó y roncó, y me pateó, y su móvil sonó sin para hasta las diez de la mañana. Que si eran los peludos que lo llamaban para felicitarle el año, que si Beni desde la discoteca para contarle del marroquí que le daba charla...

Salí de la cama a eso de las diez. Hacía frío y ni Beni ni ninguno de los invitados que pernoctarían en la casa habían llegado. Decidí buscar una actividad con el fin de no helarme y de evitar los ronquidos, que crecían junto con la luz que entraba por la ventana. Lo mejor era lavar los platos. Había muchos. Eso me mantendría activa, al menos, por más de media hora. Llené la pileta de agua y de detergente, y la cocina se volvió un océano. Entre las copas que me esperaban sobre la mesa estaba la de Antonia. El anillo había sobrevivido y dormía en el fondo, el muy payaso, como un caballito de mar.

Lelia Oura