miércoles, 23 de febrero de 2011

¿Lechuzas o búhos?


Día de mucho sol. Con ruido a chicharra y bichofeo. Calor. Llegué a la playa por el camino de siempre, solo que un poco más tarde. Blanca luna como estoy, no contaba el cuento si me iba a eso de las dos. Entré esquivando cardos y pinches, como todas las veces. Escuchando cómo rugía la espuma del mar, mientras alguna que otra señora llamaba a su hijo y el churrero anunciaba sus productos con cierto deje afónico. Lo de siempre. Lo esperable. De repente, un sonido anti-playero interrumpió la monotonía. Era profundo, nocturno, oscuro. Me di vuelta, pero solo encontré familias tipo que bajaban de coches repletos de sombrillas, heladeritas y reposeras. Caminé dos o tres pasos, y escuché otra vez el llamado. Ahora sonaba como si alguien soplase por un tubito negro. Bueno, eso se me ocurrió a mí. Pero yo siempre le pongo colores a los sonidos, cosa que parece que me hace sinestésica o algo así.
Salió de la nada, de entre los tamarindos asquerosos (no encuentro otro término) que cierran la playa. Allí donde se esconde casi toda la porquería que a la gente se le ocurre no llevar al basurero.
-Viven en el hotel- me dijo.
-Son una familia- agregó sin dejarme preguntar quiénes eran los que vivían, de qué hotel se trataba, o de qué familia me hablaba.
-Son lechuzas o búhos.
-Ahhh, mirá vos.
Fue lo único que le pude decir, porque alguien la estaba llamando para jugar a las cartas.
Me fui directo a la lona donde estaba negreándose mi hermana.
-Che, ¿viste las lechuzas o búhos?
Abrió un solo ojo, sin moverse:
-No ¿Pero son lechuzas o búhos?
-Ni idea. Pero son una familia.
Y sí. Como todos los años. Tomamos mate, masticamos unas cuantas galletitas, y cuando se levantó el viento de las siete de la tarde, ese que te deja el pelo para cualquier lado y te llena de arena las cuencas de los ojos, enfilamos para casa. Obviamente, salimos a la búsqueda visual de los bichitos.
-Mirá, ahí están. Son cuatro.
Y volvió a aparecer. Del mismo tamarindo asqueroso.
-Yo las cuido hace cinco años. A veces los chicos les quieren tirar piedras.
-Pobres, ¿pero son lechuzas o búhos?
Se sacó los anteojos de sol, tal vez para contestarme con mayor propiedad, con digna competencia acerca del asunto. Pero alguien otra vez la alejó de mí. Ahora le acercaban una torta frita de las que llevan agujero en el medio.
No volvió.
Salimos y nos quedamos mirando cómo se movían de ventana en ventana. Saltando, volando, soplando por el tubito negro.


Hoy a la mañana estaba a punto de hacerme un mate para desayunar y apareció mi gato por el pasillo. Casi no había luz (estaba a punto de largarse a llover). En ese limbo negro sus ojos me llevaron a los animalitos y a la señora del tamarindo. Cuando se sacó los anteojos había visto esos ojos.
¿Lechuzas o búhos?

Lelia

domingo, 13 de febrero de 2011

Por amor al miedo


Esta historia es prestada pero, al igual que todas, es terroríficamente bizarra.
Dice así: una nueva directora para un instituto educativo, llega y debe imponerse en su nuevo rol de poder, ante un auditorio con personal docente desconocido.
En lugar de trabar diálogo con los otros o de hacer un diagnóstico que dure un año o algo por el estilo -entre lo mío y lo de ustedes- la protagonista de este cuento se impone fiero, con una demagogia propia del líder de una secta, de esas que aparecen en Estados Unidos y por la cual unas cien personas se tiran a un lago sin saber nadar pero convencidas. De esas, de las jodidas.
Llega y cambia horarios, aulas, cursos, maneras, modos y todos los pizarrones que se escribían con fibras vuelven al pasado y retornan a las retro tizas.El personal, entre anodadado y quejoso. Odiándola a más no poder.
El sujeto que presenta a dicha potranca habla loas: que sus cuarenta millones de años de experiencia docente, en el Delta, el barro y los palos borrachos del Parque Sarmiento, que sus publicaciones de exactas (no quiero ofender pero de qué área podía ser sino para poner más horas de mate en toooodoosss los cursos donde antes habitaban materias como "Pensamiento contemporáneo" o "Construcción de la ciudadanía". Ojo: tengo amigos de exactas pero...era de preveer).
El sujeto que le abre la alfombra roja asevera que los alumnos -a esta equina- la aMaNNN. Uno de los presentes quiere saber en qué se basa para decir que los alumnos la aMaNNN, así con esa musicalidad. Aquí va la cosa: los alumnos que la aMaNNN, que van desde quienes se llevan la materia indefectiblemente hasta los que siguen esa carrera porque ella se las sugirió, pasando por los que hacen la tarea con gusto y los que aprueban después de gastar sillas y sillones, le regalaron para que ella usara en el laboratorio del instituto de donde proviene, un guardapolvo que en la espalda, cual bata de boxeador, reza: "La física es un sentimiento".
Dicen que la potranquilla se pasea con este atuendo por los salones dando a entender que ella sí sabe cómo se hacen las cosas. Dicen que toma café y fuma en sala de profes con ese atuendo. Que atiende consultas de padres con ese atuendo y así.
Golpe bajo. Entra al ring una vieja gladiadora que usa las tizas de dardos.
Serenella

miércoles, 9 de febrero de 2011

Magia simpática


Tengo que contarlo. Por más que piensen que estoy medio trulada (cosa que piensa mucha gente, aun la que "me quiere"). A ver, cómo se los digo sin dar muchas vueltas. Resulta que mi amiga la Tatami me dejó una manta-colcha (según quien articule el término) muy bonita. Azul, verde manzana, celeste, toda en cuadraditos. Hace juego con una funda de almohada que puse de adorno en medio de la cama, también azul, verde manzana, celeste, toda en cuadraditos. En el pueblo no tengo muchas cosas. Ya casi todos saben que hace seis años ando de trotamundos y recibo con gusto todas las donaciones de otros nómades como yo que en algún momento emigran a nuevas latitudes. Bueno, sigo. La Tatami se fue al Norte y me dejó la manta-colcha (también podría llamarla cobertor-acolchado , para seguir con el tándem península-cono sur). Obviamente, yo la metí en el lavarropas-lavadora y cuando estuvo sequita (pasaron varios días, recuérdese la lluvia de la que siempre hablo) me la llevé al cuarto.
Confieso: tengo alergia a la plancha.
Cada prenda de vestir que compro lleva consigo una meditación primera: qué bueno, casi no se debe arrugar. En mi vida compraría un pantalón de lino o una camisa algodón 100%. Prefiero una mezcla en la etiqueta, que te avisa que viene con lycra que nunca traiciona y se te pega a la osamenta.
Cuando acabó de dar vueltas el lavarropas-lavadora, estiré la manta-colcha en la cama y pude corroborar que la lycra allí no habitaba. La arrugas pasaban por todos los cuadraditos, se plegaban en los vértices, hacían montañitas...En fin, dije, con los meses se estirará. Y me fui a trabajar a la sala 102, donde habita la Antonia, que me llama gorrión por el modo en el que encaro mi tupper de medio día. Volví a casa, como siempre, a eso de las ocho de noche, después de saludar al señor birulí en el pasillo del segundo piso, cruzar el parking de luces mortecinas, mirar cómo los árboles se hacen dragones bajo los faroles y pasar por el bar de los viejitos. Abrí la puerta del cuarto y...la manta-colcha estaba PLANCHADA. Sí, les juro, toda entera ella estiradita, sin una arruga, como después de un lifting con el Dr. Pitanguy. Con el abrigo puesto y los libros en la mano, le toqué la puerta a Márika: ¿che, vos entraste hoy a mi cuarto...estuviste planchando?-No, cómo voy a hacer eso sin tu permiso...Además no me dejaste llaves-Ah, cierto.
Volví al cuarto. Volví a observar la manta-colcha ahora perfecta, como de hotel. Me fui a dormir. A la mañana estaba la pobre otra vez toda arrugada. Claro, tengo que confesar otra cosa: mi forma de dormir implica dar sucesivas vueltas en la cama, de izquierda a derecha, mover almohadas arriba y abajo.
Con mi café con leche matinal a medias, hice la cama con el mismo presupuesto: ya se desarrugará otra vez con los meses. Volví de la 102 a las ocho. Otra vez estiradita, impecable. Y así todos estos meses. Uno a uno. Día a día. Sin excepción.
Un día le pregunté a Antonia por alguna explicación acerca de la manta-colcha. Me dijo que había leido en internet que ahora hay ropa con nanotecnología (o algo así), que no se arruga ni ensucia. Yo pensé en mi manta-colcha que la Tatami había comprado en el super de oferta. No pude relacionarla con nada nano. Estrella, que me sirve el café a las once en la cafetería de la planta baja, me contó que una tienda en Amsterdam trabaja unas telas que no se planchan, y que ahí hacen las listas de bodas "los ricos". Tampoco ahí encajé el perfil de la manta-colcha a cuadraditos.
Conclusión: creo que un hombrecillo me plancha la manta-colcha todas las tardes. Un espíritu noble que se apiada de mi incapacidad para agarrar ese objeto que se calienta por la parte inferior. Un duende que sabe de mis cuitas, porque me mira mientras doy vueltas de izquierda a derecha, almohada arriba, almohada abajo, mientras duermo. Un hombrecillo que me quita una sonrisa cuando llego con los pies mojados a las ocho de la noche y abro la puerta de mi cuarto. Casi un final feliz.
Lelia Doura

martes, 1 de febrero de 2011

Al palo enjabonado


Días pasados, mientras esperaba mi turno en una consulta médica, no me quedó otra que distraerme viendo un canal de la tv argentina, bizarro como pocos, donde ponderabanan con letras rojas de tamaño maxi "La diversión del verano". La tele estaba delante mío y el pasillo de espera era mini;por eso, mirar al piso, al techo o a los costados, en forma constante habría sido incómodo, sospechoso.
Me entregué a las imágenes. Un barco antiguo, tipo pirata, un palo enjabonado horizontal, una banderita nacional en la punta, un coordinador/comandante en bermudas daba órdenes a todos los muchachos que se animaban a caminar por el palo para acceder al tesoro, una suma de dinero para nada despreciable.
Si bien la metáfora de la banderita nacional en la punta del palo y la imposibilidad de llegar o el esfuerzo por llegar, daba para la fábula política, la cosa práctica del hecho me capturó más.
El coordinador empujaba a cada uno de los púberes que se lanzaban al palo, a los gritos. Los pibes hacían dos o tres pasos y se tiraban al mar. Algunos llegaban un poco más, otros menos. Algunos se pegaban tremendo palo en el palo antes de caer pero, victoriosos, salían del mar y trepaban por la escalerilla del barco para intentarlo de nuevo.
Pasaron diez minutos de espera en los que, en tiempo real, los mismos varones hacían el intento sin exito. En un momento pensé que la prueba era imposible, que era todo una gran estafa.
Y dale: subían, caminaban, caían, subían, caminaban, más rápido, más, uno detrás de otro y el peligro aumentaba. No sólo se podían reventar contra el palo sino con el compañero que caía al agua detrás.
Acto seguido se sumaron las motos acuáticas de la Prefefectura marplantense para auxiliar a los posibles heridos, los caminantes jabonosos. Las motos daban vueltas debajo del palo como cuervos amarillos. Nuevo peligro: caer encima de la moto desde una altura considerable.
Puedo entender a los participantes pero no a las personas que estaban ahí, en un día muy caluroso de vacaciones, vestidas en su mayoría, sin meterse en el agua, apiñadas, viendo cómo los pibes daban batalla. Tiburones ¿esperando sangre?
Me llamaron y nadie había ganado. Salí de la consulta y seguían. Como una calesita de marineritos, empujón y al agua, al borde del peligro. Palito, bombón, helado. Nada que te nada.
Serenella