martes, 1 de febrero de 2011

Al palo enjabonado


Días pasados, mientras esperaba mi turno en una consulta médica, no me quedó otra que distraerme viendo un canal de la tv argentina, bizarro como pocos, donde ponderabanan con letras rojas de tamaño maxi "La diversión del verano". La tele estaba delante mío y el pasillo de espera era mini;por eso, mirar al piso, al techo o a los costados, en forma constante habría sido incómodo, sospechoso.
Me entregué a las imágenes. Un barco antiguo, tipo pirata, un palo enjabonado horizontal, una banderita nacional en la punta, un coordinador/comandante en bermudas daba órdenes a todos los muchachos que se animaban a caminar por el palo para acceder al tesoro, una suma de dinero para nada despreciable.
Si bien la metáfora de la banderita nacional en la punta del palo y la imposibilidad de llegar o el esfuerzo por llegar, daba para la fábula política, la cosa práctica del hecho me capturó más.
El coordinador empujaba a cada uno de los púberes que se lanzaban al palo, a los gritos. Los pibes hacían dos o tres pasos y se tiraban al mar. Algunos llegaban un poco más, otros menos. Algunos se pegaban tremendo palo en el palo antes de caer pero, victoriosos, salían del mar y trepaban por la escalerilla del barco para intentarlo de nuevo.
Pasaron diez minutos de espera en los que, en tiempo real, los mismos varones hacían el intento sin exito. En un momento pensé que la prueba era imposible, que era todo una gran estafa.
Y dale: subían, caminaban, caían, subían, caminaban, más rápido, más, uno detrás de otro y el peligro aumentaba. No sólo se podían reventar contra el palo sino con el compañero que caía al agua detrás.
Acto seguido se sumaron las motos acuáticas de la Prefefectura marplantense para auxiliar a los posibles heridos, los caminantes jabonosos. Las motos daban vueltas debajo del palo como cuervos amarillos. Nuevo peligro: caer encima de la moto desde una altura considerable.
Puedo entender a los participantes pero no a las personas que estaban ahí, en un día muy caluroso de vacaciones, vestidas en su mayoría, sin meterse en el agua, apiñadas, viendo cómo los pibes daban batalla. Tiburones ¿esperando sangre?
Me llamaron y nadie había ganado. Salí de la consulta y seguían. Como una calesita de marineritos, empujón y al agua, al borde del peligro. Palito, bombón, helado. Nada que te nada.
Serenella

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