miércoles, 29 de diciembre de 2010

Inspector Zeleberre

Vecinos/ Apiñado

Alberto, el vecino que estaba en la casa de los viejitos con doble heladera, es profesor de literatura inglesa en un colegio secundario y una vez contó que quiso golpear a un alumno hasta decir basta y le levantó el puño delante de la cara. Parece que iba en serio. Sin embargo dice que ama dar clase a chicos.
Alberto vive con dos perros, gigantones, de esos labradores claritos, en un depto de dos ambientes. También vive con un piano de cola y con una biblioteca, tamaño transatlántico, en dos ambientes. No sabemos cómo hace para moverse entre los perros, la biblio y el piano.
Alberto se enoja con sus canes y se lo escucha gritarles en inglés y en castellano. Aparentemente, el mejor amigo del hombre también despierta rabietas en este profesor.
¿Alberto dormirá arriba del piano?, ¿los perros dormirán en la habitación en una cama matrimonial ya que son macho y hembra?, ¿la biblioteca y el piano serán marido y mujer?,
¿los perros tocarán el piano y leerán a Poe?, ¿él leerá sonetos de Shakespeare a los perros?, ¿por qué ladran los perros cuando él toca el piano?, ¿les grita porque le muerden los libros?, ¿quién afina el piano a las tres de la mañana: él o uno de los perros?
Lo cierto es que los sonidos del piano, los ladridos de sus perros y la voz gruesa de Alberto llamando a "sus bebés" (así les dice) por las escaleras del edificio (de madrugada cuando los saca a pasear y luego toca el piano) son indudablemente un capítulo B de bien bizarro.
Serenella

martes, 21 de diciembre de 2010

Vecinos/ Una heladera paralela


Sigo con la saga de los vecinos y con habitantes de ese mismo edificio.
Lo que viene tiene un comienzo muy triste y muy feo pero que da lugar al meollo de la cuestión.
En 2007 murió R, un adolescente, de forma repentina. Era uno de nuestros vecinos y un pibe muy bueno y saberlo fue un horrible shock. También era vecino de Jenny (la dama de blanco), de Alberto (ya lo conocerán más adelante); de K y de Q y de una pareja inglesa de adultos mayores: Arthur y Kate.
Con todos ellos fui al velatorio de R y regresamos a casa en taxi con el ánimo por el subsuelo. Mientras íbamos subiendo las escaleras, Kate dijo que en su país se estilaba tomar una copa después de situaciones como la que habíamos vivido y que ella invitaba a lo propio en su departamento. Todos dijimos que sí al convite.
Una vez en su casa, Kate preguntó qué queríamos tomar y las respuestas fueron del estilo "lo que tengas, lo que tomen los demás" y ese tipo de generalidades. Pero "lo que tengas" dio lugar a que Arthur nos llevara a los invitados a la cocina y viéramos la existencia de una heladera paralela. Sí, había una heladera para comida y otra -exclusiva y grande- para bebidas alcohólicas. Estaba llena de bote a bote y en su interior sonreían vinos, cervezas, sidras, ron, tequila, champagne, gin, licores, etc, etc, etc. Como si fuera una barra free en un casamiento, cada quien se pidió lo que quiso y así salieron de las manos de Arthur martinis, pisco souer, vino blanco, vino rosado, cerveza, gancia batido y hasta un mojito.
Copa va, copa viene, el dolor dio paso a la tragicomedia y terminamos todos borrachos.
En eso, llegó T a buscarme ya que él no había ido al velatorio pero cuando entró a lo de Arthur y Kate se quedó más que sorprendido al ver las caras rojas de todos y hasta a alguien haciendo chistes verdes (creo que era Jenny).
Saber sobre la existencia de la heladera paralela nos llevó a T y a mí a entender mejor qué podría estar sucediendo, a altas horas de la madrugada, cuando desde el balcón de Arthur y Kate, se escuchaban risotadas, conversaciones super animadas en puro inglés londinense y la voz de Kate -que se parece más a la de un duende que a la de una mujer mayor- contando historias y dando carcajadas que resonaban fuerte en el pulmón del edificio. Después de esa noche, intuíamos que la heladera paralela era la que llevaba a este matrimonio a esa fiesta de martes, miércoles,jueves y viernes por la noche. Y hasta imaginábamos a Kate disfrazada de conejita y al bueno de Arthur descorchando la séptima botella y diciendo yes, of course.
Serenella.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Encochedenoche


Descubrí que me gustaba viajar en auto de noche cuando tenía más o menos ocho o siete años. Todavía hoy me encanta mirar por la ventana cuando ya está oscuro y ver cómo pasan las luces por el camino que sube al Pedroso.
Resulta que se habían acabado las vacaciones y teníamos que volver. Papá dijo que íbamos a salir muy tarde para evitar agarrar caravana y se fue a dormir una siesta. Mamá se quedó armando las valijas y limpiando la casa. Yo odiaba el día de vuelta de las vacaciones. Odiaba limpiar la casa e irme. Guardar mi ropa, dejar los juguetes de la playa apilados para el año que viene. Pensar en el colegio. Desde temprano empezaban a faltar cosas y la casa se llenaba de eco.
Como casi siempre, el plan de papá falló. A pesar de que salimos pasadas las doce, una hilera interminable de luces rojas y blancas nos estaba esperando apenas salimos a la ruta. Yo iba sentada atrás, en el medio, con la jaula del hamster sobre las piernas, apoyando los codos en los asientos de adelante. El hamster dormía hecho una bolita. De pronto, de la fila de al lado un hombre gritó algo como "yo sé de un camino de tierra que nos saca hasta el próximo peaje" o algo así. De más está decir que lo seguimos. Mucho rato. Nosotros y unos cuantos más. Íbamos por un camino de tierra estrecho, levantando polvo como en las películas. Al costado se veía una cerca de tres u cuatro alambres de púa que no se acababa nunca. Una cerca hecha con palitos pintados de blanco. Solo se escuchaba el ruido de las piedritas en los neumáticos, la radio que iba y venía, y algún perro muy lejos.
Ahí me dí cuenta de todo lo que significaba ese momento que era solo un desplazarse en el medio de la nada y hacia algún lado y poder ver delante de mis ojos una raya de polvo iluminado por una luz blanca.
Tardamos mucho en llegar al peaje. Yo no quería llegar nunca. Para no volver al colegio, para poder volver a la playa, para quedarme con el hamster paseando para siempre.
Pero llegamos al peaje y a casa. Ya era de madrugada. Apenas sacamos las valijas del baúl, las dejamos en el pasillo y mamá dijo que nos fuésemos a dormir, que mañana acomodábamos todo. Papá tenía que estar en la oficina en un par de horas y estaba de muy mal humor. Yo me metí en la cama pensando en las luces. Tenía los dedos de los pies llenos de tierra.

Vecinos I La dama de blanco


Los días nublados son buenos para las sagas. Por eso hoy que, de este lado del mapa, está así daré comienzo a la Saga de los Vecinos. Quizás se identifiquen con los "personajes" pero les aseguro que todos son reales.
¿Qué características tendría una mujer inglesa que vive sola en un edificio con 23 departamentos y tiene entre 70 y 80 años? A ver: jugar a la canasta / tener una mascota tranquila/ leer viejas "Reader's Digest"/ escuchar la tele o la radio a potente volumen...
Sí pero no.
La dama en cuestión se llamaba Jenny y le gustaba salir a regar la palmerita del pasillo en camisón transparente. A veces, llevaba una bata de flores siempre abierta y unas pantuflas blancas-blancas.
Vivía en el segundo y cuando uno bajaba la escalera (no había ascensor y esto era una actividad recurrente) la mirilla de su puerta se abría y se cerraba en una fracción de segundos.
No fallaba. Si uno era el barco, la mirilla era el faro.
Vivía con la puerta de su depto semi abierta SIEMPRE por lo que: su cocina blanca purísima y un portaretrato grande estaban SIEMPRE al pegar la vuelta para subir o bajar. Cuando esto sucedía la puerta se cerraba de golpe como si hubieran avisado que el edificio sería tomado por un comando de asesinos. Sin embargo, había tiempo para mirar. Después del portazo, desde la mirilla, el ojo azul de Jenny (cualquier semejanza con el cuento de Poe no es casualidad) relampagueaba vaya a saber qué mensaje.
En fin, Jenny regaba su palmera con dedicación diaria y parecía que vivía en camisón transparente y que le gustaba que sus tetas jugaran a las escondidas con los demás porque cuando uno bajaba o subía, ella se "tapaba" SIEMPRE pero un poco tarde...y se escondía tras la puerta.
No había diferencia con hombres o mujeres. El acto repetitivo se llevaba a cabo SIEMPRE.
Planta + Camisón abierto+ Cierre de bata ya + Cierre de puerta ya + Mirilla 1 + Mirilla 2.
Gracias a las reuniones de consorcio me hice vecina de ella. Quiero decir, no era una amistad profunda pero tampoco era un hola-chau-buenos días-buenas tardes.
Jenny hablaba con un acento inglés muuuy marcado y decía la palabra "realmente" a cada rato. Sí, realmente, la escalera no quedó muy limpia, realmente, el encargado debería realmente hacer algo al respecto porque uno paga realmente las expensas a tiempo, querida.
Esa fue una de sus frases en una de estas reuniones.
Una vez, subí a la terraza a colgar ropa y vi que había secándose media docena de pantuflas blancas y media docena de bombachas grandes intercaladas. Par de pantuflas, bombacha, par de pantuflas, bombacha y así. Y no fue casual. Cada tanto esta puesta en escena se repetía y sólo la veíamos los pocos que íbamos a la terraza.
Otra vez, fui a su casa y ella me hizo saber (yo no le había preguntado nada) que era la de la foto en el portaretrato. Noté que de joven había sido una mujer muy linda realmente y que llevaba puesta una blusa hippie con flores que iba realmente abierta en el escote, en v, para adivinar lo que realmente saben.
Parece que la cosa venía de hace tiempo y que la regada de la planta era una pista para seguir imantando moscas en su planta carnívora.
Serenella

viernes, 17 de diciembre de 2010

No me mires


Llegó de la oficina como casi todos los días a las siete y media. La caminata de casi media hora, sumada al peso de la bolsa del supermercado y los dos pisos por escalera la habían dejado sin aliento. Como casi todos los días. Encendió la luz del pasillo y se miró al espejo de reojo. Pudo ver las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos todavía rojos e hinchados por el viento frío de la calle. Acomodó cada lata y las manzanas verdes. Todo seguía igual. El murmullo de algún vecino, los coches pasando rápido por la calle. Adentro, los mismos muebles (una mesita, un sillón con dos almohadones de terciopelo), la misma ausencia. La inercia que acompaña el discurrir de cada ser humano se esparcía por los sesenta metros que la rodeaban.
Ya no había luz, por eso encendió la lámpara de pie de la sala. En unos minutos la bañera estaría llena. Su cuerpo diminuto, frágil como un lirio, se hundió escuchando el ruido del grifo. Así era insensible al olvido. Bajo el agua las miradas de ellos se perdían por los pasillos. Ahora ni siquiera le importaba eso que a todos les importa, su cola de sirena crecía tanto, tanto, que caía por el piso del baño ocultando el dibujo de los mosaicos amarillos.

Lelia Doura

domingo, 12 de diciembre de 2010

Gallina al plástico


Conozco un almacén que está armado en el garage de una casa y tiene 3 particularidades.
Hoy presentamos la última.
En el medio de los perros duros hay una gallina. Alude a la burla que reciben los hinchas de River. Lleva la remera del equipo de fútbol en su pecho ancho y patotero. Porque tiene algo de patota en la mirada esta gallinita que no es ciega. Y tiene el mismo tamaño que los canes vigías pero está forrada con un transparente. Un plástico duro la embalsama y aloja las mismas terrinas que tienen lo pichichos.
Los plumeros parecen no llegar hasta el zoo de cerámica.
El objeto es llamativamente feo como lo son esos adornitos hechos con caracoles: "Recuerdo de Pinamar 88" o "Verano del 82" pero el hecho de estar forrado le da un plus.
¿Será para preservar a la gallina del paso del tiempo, como un ícono alimenticio eterno?,
¿será el huevo o la gallina?,
¿será para congelar -cual gualicho de campo- las malas ondas que pudieran afectar a River Plate en los partidos del domingo?
La gallina mira al frente y, en ese sentido, parece más sincera que los canes quienes -como ya les dije- miran uno al sur y otro, al norte.
¿Será que su femeneidad la hace mirar así, de frente?,
¿será que detesta ser llamada gallina y se la banca mirando a los ojos desde el púlpito celeste?,
¿Será la mamá pollito metáforica de los huevos que vende la almacenera?,
¿Será posible armar un mini zoo de cerámica en un almacén y mostrarlo sin mostralo a los ojos de los compradores que no miran hacia el cielo?
Serenella

sábado, 11 de diciembre de 2010

Bahía de Hudson



Un esquimal mira la luna y sabe que es hora de dormir. Aunque la luna haya estado todo el tiempo allí. El pescado ya está preparado, y la sopa. Escucha que a lo lejos la nieve serpentea. Algún husky melancólico aúlla. Camina despacio por las losas de hielo y llega a su casita. No se descalza ni se mira al espejo, tampoco se baña. Enciende una radio a pilas que suena a viento.
Hay un kayak abandonado que choca contra la orilla. No hay osos a la vista.
Otro esquimal unta sus manos en aceite de foca. Patea una lata que va a parar a una montaña de tierra color gris. Apaga la pequeña hoguera y se calza los patines. Lleva un rifle que le cruza la espalda como una cicatriz. A veces siente que tiene mucho calor.

Lel

Perrito border


Conozco un almacén que está armado en el garage de una casa y tiene 3 particularidades. Hoy presentamos la segunda...
Varios estantes muestran envases transparentes con orejones, aceitunas, tomates disecados, lupines, garbanzos, ciruelas pasas, hongos, etc, etc. Habrá 4 de cada lado y cada uno tiene cantidad de frascos. Ahora bien, como el lugar es chico, la vista se queda en toda esa parafernalia de colores y productos pero, si remontás la mirada, vas a encontrar un último estante, casi pegado al techo donde 2 perros de cerámica están exhibidos. Ambos son unos "border collie". Están llenos de polvo. Cada uno tiene un pequeño médano en la capocha perruna. De abajo parecen perros con caspa. Uno mira al norte; el otro, al sur. Tienen el tamaño de un tablero de ajedrez y son realmente macizos. Creo que si se te cae uno en la cabeza no la contás más.
Hasta los antiguos pompeyanos tenían inscripciones que decían "Cuidado con el cane"pero esto es otra cosa. No hay texto. Es como el guiño silencioso de un capo mafia: un pez muerto en la puerta de tu casa y entendiste todo. Quiero decir: los 2 perros están ahí, en silencio, con su alto brillo contrastando con la lamparita y punto. Da miedo.
Imagino que adentro tienen las cenizas de "Boby" y "Pichicho". Los babinos de la casa que robaban salchicas y chorizos del comercio pero también mostraban los dientes a los que querían hacer lo mismo.
El hecho de que sean 2 es de una ampulosidad tremebunda. Con uno de esos monstruitos alcanzaba. Y no olvidemos que son border collie. Lo de border es siniestro. Son como el ying y el yang del almacén. El orejón que estaba vivo quedó disecado y el can que corría por la vereda quedó seco en la escultura.
Desde que los divisé no puedo dejar de mirarlos, aunque sea un segundo, cuando voy de compras ahí. Son los seguridad del boliche y hasta parece que de noche van a bajar del estante, chumbar a la luna llena y dormir arriba de los envases transparentes. Cuidado.
Serenella.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Piel de pez


Los que me conocen saben que desde hace un año estoy obsesionada con el tema de la depilación masculina. Y no es para menos. Todo empezó con esto de retomar la vida sana. Mis dolores de espalda y el sedentarismo de la sala 102 me llevaron de vuelta a otra sala, a la llamada "sala de musculación y fitness" del gimnasio de la vuelta de mi casa. Yo suelo ir tipo zombie, correr en la cinta, darle a la elíptica, y después subir a las clases de step o alguna cosa para mover el esqueleto. Voy con el ipod lleno de Whitesnake, Ratt o TNT a toda pastilla, con lo que no me entero de las conversaciones profundas que pueden girar a mi alrededor. Pero miro. Como me aburro de darle a las maquinitas, observo. Y, hete aquí que desde que pispeo a los masculinos que me pasan en short por delante en la llamada "sala de musculación y fitness" solo veo hombres sin pelos. Sí, entiéndase, en plural, sin pelos. Ni pelos en la cabeza, en la cara, ni el el cuerpo: nada. Brazo pelado, pecho pelado, patas peladas (el resto, no sé, pero mi intuición me dice que debe ir parejo con lo que está a la vista). Y no son lo que se dice atletas. No. Gordos, flaquitos, señores con canas y mozalbetes.
Confundida, le pregunto a Antonia Maravilla algún lunes por la mañana mientras encendemos las luces o arreglamos las mesa siempre desordenada de la sala: me contesta que está de moda, que lo ve mucho cuando sale por ahí. Le pregunto, ¿pero es algo de las nuevas generaciones? Puede ser, me dice, pero está muy extendido. Empiezo a prestar atención a los nuevos negocios que se abren en mi zona: depilación laser...UNISEX. Ahhhh. Miro con más atención las revistas que te ponen cuando vas a la pelu o al dentista: en Hollywood ahora los hombres parecen peces. Voy entendiendo. Cruzo el charco y pregunto: che, ¿aquí está de moda que los hombres se depilen? Me responden (a veces, asustados) que no, pero que se ve cada vez más...
Conclusión: La epidemia se ha extendido. Y lo peor es que hace poco leía (y veía fotitos de sobacos femeninos free way) en el Yahoo noticias que varias actrices de la Meca del cine le habían dicho adiós a la depilación...¿entonces ahora los que le dicen hola son ellos?
Pensar que para el hombre de las cavernas los pelos le eran el elemento fundamental para sobrevivir al frío y la lluvia y para poder llevarse a alguna piba de los pelos a la cueva, que en los 80 los pelilargos eran lo más (hasta los Guns estuvieron de moda y llegaron a los 90, Slash peludo incluido), y que mi abuelo siempre decía que el hombre es como el oso: cuanto más feo, más hermoso. Yo me imaginaba a un gordito simpático y peludo. Y me parecía apetecible.

Canción de viernes

El misterio de los cubos de paja


Conozco un almacén que está armado en el garage de una casa y tiene 3 particularidades.
Hoy presentamos la primera...
El frente del negocio -que no tiene cartel, ni nada- es una pista para curiosos o entendidos conformada por una puerta de madera clarita donde unos cubos de paja prensada hacen guardia.
Hay 5. Nunca se mueven. Nunca cambian de lugar. 2 a la derecha de la puerta y 3 a la izquierda. Hace 2 años que voy de compras a este lugar y hace 2 años que esos cubos están ahí, durmiendo el sueño eterno. Parece un juego de apilables con onda pampera. Cada vez que voy me recuerda a esas pelis donde los fardos de pasto ruedan hasta cruzar el estado de Arizona (porque siempre esas películas son yankis). Y me acuerdo de un muy buen disco de Beck. O parece una instalación pop pero nada de todo esto remite a su origen.
La almacenera me contó que hace muuuucho criaban gallinas en el fondo y con esos cubos las separaban. Hoy las plumíferas no están pero ella sigue vendiendo huevos y los pastos dicen "presente" como un monumento de lo que una vez fue una casaquinta y hoy es un garage con un comercio secreto mayorista-minorista.
Serenella

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ra=divinidad. Mon=protegido


Hace mucho que tu nombre no entra por mi ventana. Claro, es invierno. No podés salir a rastrillar el triángulo diminuto de tu huerta. Te admiro. Tenés una paciencia de santo del Bajo Imperio. Si yo tengo por mujer eso que cada media hora me grita en la temporada primavera-verano (que es cuando salís a plantar y recoger tu siembra) "ay, Ramón", ya me las hubiera tomado hace rato. Pero vos sos un vecino con aguante. Por algo tu nombre significa "protegido por la divinidad". Y sos el santo de los que todavía no nacieron, como tus zapallos en otoño.
A veces te veo, querido señor Ramón, en la puerta de tu casa, y me dan ganas de saludarte. Pero, ¿cómo te explico que, aunque vos no abras la boca mientras dejás la tierra labrada con tus aparejos, es como si te conociera de otra vida gracias a ella? Si vos sos imagen, Ramón, ella es sonido ¿De qué tendrá miedo, Ramón? ¿de que te vayas volando con los pájaros que picotean en los guisantes?
Ahora hace frío y llueve, y no salís. Me da miedo por vos. Te imagino cambiando el rastrillo por la escoba, envuelto en el hilo melódico de esa sin cara que te aleja de tus calabacines.

Doura(da)

martes, 7 de diciembre de 2010

Hermanos Macana

Morir con las botas puestas


Voy a poner un cartel en la puerta de mi casa: Me gusta el heavy metal. Boludos, abstenerse.
Lejos de mí y, por favor, no me hagan la misma pregunta de siempre más comentario anexo: ¿En serio te gusta esa música? No parece. Qué raro.
¿¿¿¿Qué es lo raro???? Hay gente a la que le gusta la filatelia, el alpinismo, el bondage, los helados de sambayón, mirar la tele. A mí me gusta el jevi, etiqueta que engloba el hard rock, el power metal, el metal clásico, el AOR, el NWOBHM, algo del punk y hardcore y otros yuyos.
Eso no quiere decir que no pueda limpiar la casa escuchado ABBA, la banda sonora de Flashdance, ni quiere decir que ando como una alienada por la vida haciendo cuernitos. Ni que no me gusten los perfumes, las cremas, los muñecos redondos de ojos grandes. No. Se puede ser princesa y escuchar heavy metal. De hecho, es lo mismo. La Edad Media es metal: espadas, armadura, cota de malla, calza y botas arriba de la rodilla.
Al Sr. B no le gustaba que yo escuchara cantigas y heavy metal, pero se lo bancaba. Mr J lo odiaba. Y S, y M...uf. El father of my children no te cuento. Y así siguen. Por algo no están hoy aquí.
Hacía muchos meses que no hacía su entrada la maldita pregunta, pero este fin de semana de lluvia, zas, otra vez. A ver, te explico, nene: 16 años, chica de barrio norte, colegio privado, bajita: por favor, mamá, quiero una guitarra eléctrica; quiero ir a profe particular. La adolescente le compra una viola sin marca al hermano de un amiguete con el dinero que ahorró por su cumple. Llega a la casa del Profesor (pobre, era de los de Almendra, Manal): ¿Qué canción querés aprender? Motorbreath de Metallica. Años más tarde viaja, mochila al hombro, en tren por Europa escuchando Def Leppard y Judas Priest...Pasa mucho tiempo, pero mucho.
En síntesis, hasta el día de la fecha mi vida se resumió a, además de leer muchos libros, estudiar, ir a museos e iglesias románicas, al cine y al teatro y ser una chica sin vicios, a visitar todos los antros de los barrios periféricos (aquí y allá), llenar las paredes de mi cuarto de posters de peludos (Coverdale a mi derecha; un poco más abajo, Glenn Tipton), aprenderme como la Biblia todos los nombres que aparecieran en la revista Metal, jugar a que los nenes me regalaran cassettes grabados con sus bandas favoritas (sí, fue hace mucho; después, CDs... Cuánto romanticismo se perdió con el Ares!). Gracias les doy aquí a gente como E. que, debo admitir, aunque flor de forro, se esmeraba en su trabajo y hasta me hacía tapas con foto color.
Lo mejor fue esperar que mi hermana llegara a los 16(?) para llevarla a un recital de Motörhead y que se me uniera en la cruzada. Ir mil veces a Obras con mi amigo Ariel. Ir a Cemento, a After Eight, a Halley, ir a la Tumba, ir a Warlock, ir a Riders, y a tantos otros que no me acuerdo los nombres porque me falta Puni que se acuerda de todo. Ver a mi super amigo W colgado de una viga adorando a Michael Monroe. Ver a Ozzy medio muerto y en bata blanca con Ale. Escuchar Rainbow y Blind Guardian tomando mate en invierno con el vecino en Santa; escuchar Ratt, Maiden...(etc., etc.) en la playa con mi sissy, dorándonos al sol. Ver a los Barón Rojo en un parque de diversiones tipo Italpark gritando "mi rollo es el rock". En el último año, vaguear con Chus por la Urbe y el Excalibur y con los elegidos por Red Bell. Y no sigo porque me canso.
Mamá pensó que se me iba a pasar en algún momento. Un día escuché que le decía eso a mi viejo en la cocina. Se equivocó. Por eso, todo el que no sepa jugar a revolear los pelos, a caminar on the other side, que se quede en su casa.
Me acuerdo que cuando terminé el cole, la directora entró a la clase y nos preguntó qué nos veíamos haciendo en el futuro. Muchas de mis compañeras contestaron asertivamente que se veían trabajando en Tribunales, en oficinas, cuidando bebitos. Yo me veía, como ahora, boca arriba, las piernas contra la pared, leyendo la pila de libros que juntaba abajo de mi cama mientras cantaba Hard luck woman.

Leli, leli, Lelia Doura

Mix de fruta


Esta foto da comienzo a la nueva categoría de fotos bizarras

La chola germana


Tiempo atrás, en un festival de publicaciones independientes en La Pampa tuvimos con Leila Do, la posibilidad de escuchar leer a la inolvidable: chola germana.
Una señora entrada en años y carnes subió al escenario para recitar sus poemas regionales sobre el caldén (árbol característico de dicha provincia) y "el agua de bojarra".
La poetisa (porque ella sí merece ese nombre y no, poeta) llevaba una falda larga y brillante en capas, una blusa holgada y jipona y una cartera tejida y jipona.
¿Por qué subió a leer con su cartera jipona la poetisa?
Bueno, ese es otro interrogante que develaremos más adelante y que, además, invitamos al público lector a que arriesgue hipótesis.
Y bien, la poetisa estaba allí -cual chola del norte- como una Torta Mil Hojas, con sus capas multifuncionales para guardar condimentos. Y su blusa inflable para preservar, en el ascenso a su montaña, dos o tres mandiocas. También llevaría humitas en chala que funcionarían como push up en su gran corpiñeta para darle ese aire de Madre Tierra, de Pachamac adorada.
Pero su pelo... ay, su pelo dorado industrial... iba peinado con una tremenda trenza que le caía detrás de una oreja y llegaba hasta la cintura. La chola podía ser la novia oculta y argentina de Asterix.
De su pelo brotaban hebillas con forma de vasos con cerveza. De su trenza colgaban dijes (un caldén, una vasija de barro con agua de borraja, un atado de pastos lamidos por ovejas, un burro con las orejas perforadas y pompones rojos como aros, una tira de asado, copias en offset y versos).
Era la chola germana. Una maestra en el arte performer con su loco mix de nacionalidades.
Serenella

lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuando tú te hayas ido


Corre el año 1528 y Messer Lactantio le presta a Angelo Colocci una sarta de papeles de todo tipo y color con un montón de graciosas poesías escritas en gallego o portugués. Colocci es un humanista curioso y con mucho poder. Le fascinan las lenguas románicas y las literaturas perdidas. Solo le basta mover un dedo para conseguir que seis copistas de la Curia Papal se pongan a sus órdenes (los copistas a, b, c ,d, e y el copista V) y le escriban esas cantigas que tanto lo divierten en unos volúmenes que acabarán siendo conocidos como cancioneros.
Comienzan los problemas, ¿por qué uno solo de nosotros va a copiar tooodo un cancionero? ah, no, que me dupliquen el sueldo si quieren que trabaje después de las seis de la tarde. Además esta letra no se entiende nada. Nosotros no copiamos poesía, nos dedicamos a documentos notariales. No sabemos portugués, somos italianos. Van a saquear Roma otra vez, tenemos miedo. La paga es poca. No hay luz en este scriptorium... Solo quejas y más quejas de estos copistas mercenarios. Colocci se vuelve loco. Tiene que devolver ese cúmulo de papeles al que llama Livro de portoghesi a Don Lattanzio Tolomei en unos meses.
El trabajo se descontrola. Si ya venían todas las cantigas mezcladas de la Península, imagínense ahora. De todas formas, el hombre no se rinde y, cada cuaderno que le van entregando los copistas es revisado y anotado por él en su letrita inentendible. Se hace muy amigo del copista a, el único sumiso y con ganas de aprender. Muy. Pasan horas juntos intentando descifrar qué es lo que viene escrito en esas hojas viejas. Leen juntos sobre trovadores que sufren y mueren por sus amadas y doncellas que esperan al alba por sus amigos, que, como siempre, tardan en llegar. Escriben juntos. Hace frío en el scriptorium de la Curia, pero no les importa. Se pasan los folios para que queden impecables. Sin errores.
Pasan noches juntos a la luz del candil, sin dormir, poniendo en marcha el trabajo que los copistas rebeldes se niegan a hacer. Cálamos desvencijados, ampollas, frío y sueño. Y amor, mucha cantiga de pena y de deseo contenido. Algo crece entre ellos. Pero están en la Curia Papal. Y Colocci es un hombre casado y de reputación. Deseo contenido, cifra de toda la lírica amorosa. Expresión de lo que no se consuma. Lo que quema. El monstruo que te devora.
El incansable trabajador de las letras, Angelo Colocci, muere el 1 de mayo de 1549, siguiendo a su hijo Marcantonio. En su testamento pide que que al copista a le sean otorgados sus anteojos y su pluma de oro.
En un scriptorium vacío un hombre llora sobre su pupitre en una madrugada helada.

LeliaDo.

Una alumna -hongo ejemplar


Por circunstancias laaargas de contar y salvajemente capitalistas, uno de los lugares donde trabajo se quedó en un tris sin alumnos. Se las tomaron alrededor de 37 chicos. Y bien, por circunstancias del funesto destino, el primer año de la escuela secundaria pasó de tener 15 alumnos a 1. Quedó Aimé: la chica diez. Boletín de excelencia. Rubia. Ojos verdes. Rulos. Alta. Flaca. Dinámica. Cartuchera de 2 pisos (sí, siguen existiendo) con fibras de colores inimaginables. Prolija. Curiosa. En fin: la alumna ejemplar pero también la alumna hongo. Una rara especie de estudiante que hasta el día de hoy no se conoce mucho.
Cuando fui a "darle clase" -en su primer día de primer año del secundario- ella se encontraba sola en un salón con sillas sobre los bancos y la capacidad para 30 compañeritos fantasmas. Mi primera sensación fue de pena porque no era la mejor escena para su primer día de clases del secundario; ese momento que genera alegría, miedo, nervios, fastidio, curiosidad, etc, etc. Ella estaba sola como un hongo solo. Como ya la conocía, la introducción a la materia y a nuestra dinámica de trabajo fue más breve y acto seguido salió el tema. Le pregunté, haciendóme la psicóloga trucha, cómo se sentía en una situación tan bizarra. Bueno, dije extraña en lugar de bizarra (no fuera que sus padres me demandaran por angustiarla). Me respondió: Espectacular. No me bancaba a nadie de mis compañeros, que se fueran es lo mejor que me pasó. Además, todos eran muy lentos y ahora vamos a poder leer un montón de novelas. ¿Empezamos?
Ante mi estupor, Aimé abrió su carpeta radiante y después de decirme ah, esperá, puso sobre su banco un repuesto de hojas escolares nuevo, abierto, con 98 hojas listas para usar. Le pregunté qué había leído en las vacaciones y el hongo habló así: una historia de una mujer que es engañada por su marido y tiene problemas. ¿Qué clase de problemas?-inquirí. Aimé respondió mientras se rearmaba su peinado: Está re deprimida, toma pastillas y se vuelve alcohólica. La alumna ejemplar hongo comenzaba a darle más humedad de la necesaria al aula para habitar el espacio más a gusto y crecer y crecer.
Sin saber bien cómo, la hora de clase pasó y sonó el timbre del recreo. Aimé se despidió de mí y en lugar de salir al pasillo -a encontrarse con los otros parias que habían quedado en la institución- abrió una lata de gaseosa, que sacó de una heladerita con dibujos de Bella y Bestia, revolvió en su mochila flúo y peló la novela. Rosa. Grosa. Ideal para las estudiantes hongo.
Serenella

domingo, 5 de diciembre de 2010

Vampirii nu pot exista

Trabajaba en el edificio de la calle que va a parar al reloj antiguo. Me encantaba. Como cincuenta años atrás había sido el Palacio de hielo. Sí, donde estaban los despachos, la gente había patinado. Divino. Había llegado hacía poco y no conocía a mucho gente (la gente del despacho, el conserje, el de asuntos económicos, y pará de contar), pero, de casualidad, en un congreso, empecé a hablar con un pibe y resultó que él también trabajaba allí, pero en el primer piso. Trabamos una pequeña amistad, no exenta de algo de histeriqueo y vanidad. Nuestros desayunos eran pura erudición. Una mañana le dije que andaba atrás de un tema del que no conseguía bibliografía. De eso la única que sabe es la del 103. Si querés, te acompaño y le preguntás. Es un poco rara.
Ah, bueno, dale.
El primer piso tenía unas columnas dóricas rajadas, piso de madera de roble eslavonia con agujeros y tubos fluorescentes que titilaban. Una decadencia magnífica que nadie parecía querer arreglar, ya que llevaban años prometiendo a los trabajadores que los mudarían a otro edificio. Llegamos a la 103 y mi compañero se fue. Hasta mañana.
Toqué la puerta. Sí, me respondió una voz lejana. Abrí. Lo primero fue la oscuridad apenas iluminada por una lamparita de 20 que colgaba del techo y el olor a cigarrillo. Después, lo que vi entre sombras fueron libros tirados en el piso. Una cortina raída caída hacia un lado. Y una montaña de fotocopias contra la pared donde estaba la ventana con las persianas cerradas. Giré la cabeza hacia la derecha y allí estaba ella. Era la señora vampiro. Chiquita. Leía y fumaba.
Oye, ¿sabes cómo se pone papel en la impresora?. Cumplí su pedido y me presenté. Le conté mis cuitas y me ofreció prestarme sus fotocopias y libros, que buscaba por estantes vacíos, por cajones y por el piso. Vente el lunes que te traigo más cosas de casa. Por cierto, es muy interesante lo que estudias, me dijo, mientras me despedía y cerraba muy despacio la puerta. Caminé por el pasillo con una pila de libros de la señora vampiro en los brazos, sintiendo que había estado media hora dentro de un lugar que existía hacía siglos.
Era viernes y, aunque hacía frío, decidimos ir a tomar unas copichuelas con la gente del despacho. Esto no sucedía muy a menudo, así que, a pesar de la pereza que me daba volver a casa tarde y a pata, fui. Eran más o menos las dos y estábamos en un bar saturado de gritos, humo y alcohol. Sentí que mi teléfono vibraba, agarré mi abrigo y salí a la calle. Dejó de sonar. Seguro era mi mamá. Un chico muy pálido y vestido de negro me estaba mirando. Entré y caminó detrás mío. Oye, ¿sabes cómo llego desde aquí hasta el reloj antiguo? Su pregunta, en un español de pronunciación de máquina automática, me recordó a la de la señora vampiro. Salí con él y le indiqué. Sabía ese camino de memoria. ¿Te vienes? Van a ser las doce y deben estar por salir los viejecitos.
Es verdad, a las doce salían los muñecos del reloj antiguo, Me pareció divertido y, además, una buena idea para huir de ese bar cuya música, como es de esperar, no me gustaba. Caminamos hacia la esquina y doblamos. En los veinte minutos que nos llevó llegar al reloj le conté de mi nueva vida y me contó que era de un país de Europa del Este, de una ciudad cerca de Transilvania. Qué bueno, como Drácula, le dije. No pareció gustarle demasiado, y yo me quedé pensando en lo mucho que me gusta clavar los dientes en los cuellos, en la cantidad de veces que tuve que refrenarme para no seguir mordiendo. En fin. En silencio vimos salir las figuras del reloj mientras sonaban las campanitas. Puso su dedo índice en el agujerito que tengo en el mentón y me dijo: precioso, seguro que el segundo dedo de tu pie es un poco más largo que el gordo.
Sí, ¿cómo sabés?
Hacía frío y me invitó a tomar algo. Fuimos al bar donde yo solía desayunar con mi compañerito. No estaba ninguno de los camareros de la mañana. Me pareció muy lógico. Nos sentamos en la mesa del piso de arriba. Pedimos café. Me di cuenta de que la que más había hablado era yo, y que, salvo lo de Transilvania, no sabía nada de mi acompañante.
¿Qué hacés aquí vos? Te busco ¿Para qué? Para mirar tus ojos color del tiempo. No supe qué decir y, como siempre, apreté un poco los labios (me sale instintivamente, ya me lo han dicho en otras ocasiones). Me pidió disculpas y me dijo que era mejor que se fuera.
¿Por qué? La verdad es que me gustaba su compañía. No tenía "segundas intenciones", solo quería acurrucarme en la silla y hablar con él por siglos (como siempre me pasa) ¿Sos un vampiro, no?
Es terrible hablar con alguien que ya lo sabe todo, me dijo. Yo agarré el bolso y caminé hacia el baño. No entendía nada y entendía todo. Cuando salí, la ventana estaba abierta y en la mesa solo quedaban unas monedas que no me iban a servir para pagar. Vaya a saber una de qué siglo eran.
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sábado, 4 de diciembre de 2010

El galán verdulero


La verdulería más cercana está manejada por Marcelo. Alto y grandote. Tiene el cuerpo de un boxeador caído del cuadrilátero hace diez años y algunas veces, su ombligo sale a curiosear dejando su pancita afuera de la remera, que más arriba, remite a la moda de los ochenta. Usa una gorrita con visera dada vuelta y toma mate en la vereda haciendo fuego en plena calle, arriba del fuego un brasero, arriba el brasero, la pavita chamuscada. Salvaje y neo gaucho.
La verdulería no tiene nombre pero, algunas veces, Marcelo usa una remera que en la espalda reza: Verdulería El Galán. Hacemos delivery de frutas y verduras.
Un galán a domicilio con el cuerpo de un boxeador cansado. Con un físico que se impone y se cae y una cara que más que a la de un galán recuerda a la de un niño tímido.
Serenella

Año de nieves, año de bienes

Tengo una teoría: cuando nieva al pueblo le agarra el síndrome Twin Peaks. Me explico: pasan cosas raras, aparecen personajes que vienen y se van sin más, como la nieve.
Bien es verdad que a mí me pasan todo el tiempo cosas raras, lo sé. Pero cuando nieva más. Hoy, por ejemplo, iba a eso de la una y media a hacer las compras. Con mi gorrito de lana negro y fucsia. Un hombrecito de gorro azul me persiguió una cuadra entera al son de: ¿cambiamos? ¿cambiamos las gorras? Primero le contesté que no, que gracias; pero él, dale, que erre con erre, así me siguió hasta la misma entrada del super. Cuando estaba eligiendo qué cereal tenía ganas de comer, ring, ring, Antonia Maravilla. Mi madre se cayó y se rompió una mano, me dijo, a la salida del hospital. Qué bizarro, respondí. Pues sí, le pasa lo mismo todos los años. Cada vez que nieva, resbala.
Salí del super. Alguien tiraba fuegos artificiales y bombas. Serían las dos y media. Llegué a casa, cargada de bolsas. En la puerta estaba acurrucado el gato naranja que aparece y desaparece, y nunca me deja que lo acaricie. Hola, calico, mi precioso. Miró hacia otro lado e inmediatamente bostezó, y desapareció por el callejón, balanceando con orgullo su cola de ardilla.
A la tarde estaba en la sauna. Entró una chica con un libro. La saludé y seguí en mi mundo escandinavo, como buena vikinga solitaria que transpira su tristeza. Pensé para mis adentros: el libro se le va hacer pelota con el vapor y el calor. La chica seguía leyendo. Pasaron como diez minutos y el libro empezó a perder su forma de libro. Uy, que me quedo sin final, me dijo. Y salió.
Esto es Twin Peaks. Si solo viniera a visitarme algún día de nieve el Agente especial Cooper, mi alma gemela, mi felicidad sería completa.

L.D.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las dueñas del vestuario

Son tres. Dos bajitas y una alta. Dos de pelo más o menos corto y una canosa de pelo largo y enrulado. A cualquier hora que vayas, están. En ese vestuario donde el calor es infernal. Debe ser el vapor del sauna o las duchas que nunca se apagan, pero yo apenas llego, siento que quiero huir. Dejar el bolsito y rajar. Yo no sé cómo hacen.
Nunca había cruzado palabra con ellas, hasta hoy, que como llegaba medio tarde a la clase de body step, osé dejar mis enseres en el locker de la fila donde siempre las veo. Se estaban por duchar. Caminaban de un lado a otro como las gallinas de la casa de mi tía. Se chocaban entre ellas-se reían sin parar. A pesar de que venía escuchando Judas en el ipod, me taladraban el cerebro. Y tenían toda una batería de toallas, cremas y shampús en tarritos de diferente tamaño desplegados por la banqueta. NO! me dijo la de rulos, aquí está Pepa, aquí no puedes dejarlo. Ah, ¿pero tiene nombre? No pero es así desde siempre.
Nadie en todo ese vestuario, ni siquiera la señora que limpia y que siempre me saluda, pareció darse cuenta del encontronazo.
Ante una respuesta como esa, que trae consigo todo el mismísimo derecho consuetudinario, no hay respuesta, me dije. Y me fui cantando bajito hasta la segunda fila de lockers...Se lo conté al depi, que estaba en la sala, haciendo abdominales en la colchoneta azul. Me miró con cara de preocupación. Sí, las conozco, me dijo. Después se fue a buscar unas pesas, mientas se miraba, de reojo, al espejo.
Cuando acabó la clase, volví por el bolso. El vapor calentísimo casi no me dejaba ver el número de mi locker. Como siempre, las tres estaban secándose el pelo en bolas. Sí, señor, en reverenda pelota. Así les gusta a ellas. Mientras me iba por el pasillo que da a la salida del vestuario, sentí que cuchicheaban algo que el ruido de los secadores me tapaba. Mañana juro que las enfrento.
Cerré la puerta. El vapor y el calor se quedaron dentro. De afuera se escuchaban las risas de las tres. Parecía la sirena de los bomberos.
Mañana juro que las enfrento.

LeliaDoura

Siguen picando cerebros


La moraleja de esta historia: nunca te quejes, lo peor puede venir.

Un calor húmedo envuelve ciudad desde las 7; son las 10 y siento un tremendo olor a gas en mi casa. Espío abajo: los muchachos de Aysa en sus cochecitos que parecen a control remoto, manejan a los bifes rompiendo, picando. El olor es funesto.

Mientras le doy la mamadera a mi bebé, uno de ellos toca el timbre para avisar que rompieron un caño maestro de gas, que cierre ya las ventanas para que el viento -norte- no me tire el gas adentro. Tarde: hasta el trapo rejilla está impregnado.

Le pregunto dónde está el caño y levanta su dedo como la parca. A 2 metros de la puerta de mi casa, una pala traba de una forma, tan precaria como el corte de pelo de un ona, la salida del gas que asciende como la torre del mal. Mientras miro, el hombre pone un cartel en mis pies: "Peligro. No fumar". Me quedo tranquila.

Llamo a la empresa de gas para hacer la denuncia. Un joven llamado Roger me dice que está tomada. Le preguntó qué debo hacer si esto sigue porque me explica que van a venir en 2 horas y me responde: salga a la puerta, vea si huele gas, si hay mucho, se va y sino, se queda. Me quedo tranquila. Di con un experto. Me recuerda que no es peligroso, le informo el mensaje del cartel y Roger concluye: y...señora... está en cada uno. Om.

Cuando llega la super patrulla anti desbordes de gas, veo que un obrero se mete en el pozo con un matafuego pero, al segundo, dos mamelucos azules corren con baldes de agua por mi vereda. La humareda es tremebunda. ¿Se arreglarán así los caños maestros?

En eso, el ventilador se queda. Miro por la ventana (todo cerrado) y el que maneja la máquina más grande, me grita: fuimos nosotros. Genial. Hay 30 grados.

Son las 8. Hay gas. No hay luz. Los muchachos se quieren ir, los escucho a los gritos: dale, gordo borracho, apurate; ya voy, proyecto de cornudo. Con confianza.

Se fueron. Prendo una vela para darle otra mamadera a mi bebé y la mezcla de siglos es potente en todos sus significados. En eso, llega la luz. La cuadra aplaude. Me quedo tranquila.
Serenella

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Jugar a dos puntas


Aquí la cosa no es que te levantás a la mañana y está lloviendo. Puede caerte una linda a cualquier hora del día. Por eso hay que salir con paraguas, cosa que a mí no me entra en el marulo. Hoy empezó a llover mientras cruzaba por el Auditorio, y habría llovido antes, porque la calle estaba mojada. Entre cemento, agua y tierra, perdí uno de los tacos de la bota. Empezamos bien el día. Entre al hall repitiendo: tengo que tener cuidado en las escaleras...tengo que agarrarme bien, no vaya a ser que me pegue un palo. Llegué entera a la 102. Zafé, le dije, con el taco en la mano, a Antonia Maravilla, que estaba de espaldas, como siempre, buscando cosas raras en el manuscrito. Pero como es perfecto en esta vida, se me rebeló la escalera del baño del tercer piso. Yo sabía. Esa es traicionera. Toda de mármol y empinada, solo te lleva a la puerta con signito de chica con vestido. A la salida, pumba! resbalón de tres escalones y...agarrada de pasamanos casi instantánea. Zafé otra vez, me dije. Pero me vio Salgado, que andaba con una carpeta verde en la mano: Pareces Supermán, chica. Esa fue la palabra mágica. Je, si eso hubiera pasado del otro lado el otro, Salgado me hubiese dicho: Parecés la mujer maravilla, flaca. Pero aquí Linda Carter y su lazo mágico no llegaron a la tele. Una pena.

Pedí mi primera muñeca-mujer maravilla a los 5 años, después de caer rendida ante los encantos de la señora que daba una vuelta y se transformaba en otra con estrellitas por todas partes. Descubrí que nadie conocía aquí a mi otro yo cuando me fui con J. a la sierra. Como el viaje era largo me compré una revista medio bizarra en la estación, que fui leyendo mientras el bus trepaba por un camino muy verde. La revista traía un artículo larguísimo sobre el inventor del comic de la Wonder Woman. El hombre, parece ser, era un fetichista de aquellos, y por eso la llenó a la WW de lazos y brazaletes. La pensó como alter ego de su señora esposa (que a saber cómo era). Yo estaba como loca y le leía a J. en voz alta todo esto, mientras la vieja del asiento de adelante miraba por el rabillo y J. me miraba a su vez con cara de no cazo una. Esa misma tarde nos fuimos a una cala a nadar un rato. Hacía calor. J. charlaba con un lugareño, y yo me metí al agua, que estaba helada. Mientras me hundía creyéndome la gran Laguna Azul, la ví: serpiente de agua, roja y negra, flaquita, que iba saliendo muy lentamente de la superficie y me miraba mientras sacaba la lengua. Sí, les juro, como en un capítulo de la WW. Quédate quieta, no te muevas, gritó el lugareño. Fueron unos instantes, una lucha de miradas de chica a chica y volvió a hundirse. Salí despacito, mientras el lugareño perjuraba que hacía años que no se veía a una de esas, que ya no venían por culpa de la gente (nostros, para el caso). Miré a J.; Chica Maravilla, me dijo, mientras me daba una palmadita en la espalda. Allá me hubieran dicho: Mujer Maravilla.
Hoy me dediqué a contar sinalefas porque voy a demostrar que en el siglo XIII no existe la sinalefa. Conté casi 300. Una era: que me querades mal/maravilha é, senhor.

Lelia Doura