sábado, 18 de diciembre de 2010

Encochedenoche


Descubrí que me gustaba viajar en auto de noche cuando tenía más o menos ocho o siete años. Todavía hoy me encanta mirar por la ventana cuando ya está oscuro y ver cómo pasan las luces por el camino que sube al Pedroso.
Resulta que se habían acabado las vacaciones y teníamos que volver. Papá dijo que íbamos a salir muy tarde para evitar agarrar caravana y se fue a dormir una siesta. Mamá se quedó armando las valijas y limpiando la casa. Yo odiaba el día de vuelta de las vacaciones. Odiaba limpiar la casa e irme. Guardar mi ropa, dejar los juguetes de la playa apilados para el año que viene. Pensar en el colegio. Desde temprano empezaban a faltar cosas y la casa se llenaba de eco.
Como casi siempre, el plan de papá falló. A pesar de que salimos pasadas las doce, una hilera interminable de luces rojas y blancas nos estaba esperando apenas salimos a la ruta. Yo iba sentada atrás, en el medio, con la jaula del hamster sobre las piernas, apoyando los codos en los asientos de adelante. El hamster dormía hecho una bolita. De pronto, de la fila de al lado un hombre gritó algo como "yo sé de un camino de tierra que nos saca hasta el próximo peaje" o algo así. De más está decir que lo seguimos. Mucho rato. Nosotros y unos cuantos más. Íbamos por un camino de tierra estrecho, levantando polvo como en las películas. Al costado se veía una cerca de tres u cuatro alambres de púa que no se acababa nunca. Una cerca hecha con palitos pintados de blanco. Solo se escuchaba el ruido de las piedritas en los neumáticos, la radio que iba y venía, y algún perro muy lejos.
Ahí me dí cuenta de todo lo que significaba ese momento que era solo un desplazarse en el medio de la nada y hacia algún lado y poder ver delante de mis ojos una raya de polvo iluminado por una luz blanca.
Tardamos mucho en llegar al peaje. Yo no quería llegar nunca. Para no volver al colegio, para poder volver a la playa, para quedarme con el hamster paseando para siempre.
Pero llegamos al peaje y a casa. Ya era de madrugada. Apenas sacamos las valijas del baúl, las dejamos en el pasillo y mamá dijo que nos fuésemos a dormir, que mañana acomodábamos todo. Papá tenía que estar en la oficina en un par de horas y estaba de muy mal humor. Yo me metí en la cama pensando en las luces. Tenía los dedos de los pies llenos de tierra.

1 comentario:

  1. Es increíble lo raras que se ven nuestras casas cuando volvemos de vacaciones. Siempre me divirtió un poco ese par de horas de sentirme visitante en mi propio hogar...

    ResponderEliminar