martes, 7 de diciembre de 2010

La chola germana


Tiempo atrás, en un festival de publicaciones independientes en La Pampa tuvimos con Leila Do, la posibilidad de escuchar leer a la inolvidable: chola germana.
Una señora entrada en años y carnes subió al escenario para recitar sus poemas regionales sobre el caldén (árbol característico de dicha provincia) y "el agua de bojarra".
La poetisa (porque ella sí merece ese nombre y no, poeta) llevaba una falda larga y brillante en capas, una blusa holgada y jipona y una cartera tejida y jipona.
¿Por qué subió a leer con su cartera jipona la poetisa?
Bueno, ese es otro interrogante que develaremos más adelante y que, además, invitamos al público lector a que arriesgue hipótesis.
Y bien, la poetisa estaba allí -cual chola del norte- como una Torta Mil Hojas, con sus capas multifuncionales para guardar condimentos. Y su blusa inflable para preservar, en el ascenso a su montaña, dos o tres mandiocas. También llevaría humitas en chala que funcionarían como push up en su gran corpiñeta para darle ese aire de Madre Tierra, de Pachamac adorada.
Pero su pelo... ay, su pelo dorado industrial... iba peinado con una tremenda trenza que le caía detrás de una oreja y llegaba hasta la cintura. La chola podía ser la novia oculta y argentina de Asterix.
De su pelo brotaban hebillas con forma de vasos con cerveza. De su trenza colgaban dijes (un caldén, una vasija de barro con agua de borraja, un atado de pastos lamidos por ovejas, un burro con las orejas perforadas y pompones rojos como aros, una tira de asado, copias en offset y versos).
Era la chola germana. Una maestra en el arte performer con su loco mix de nacionalidades.
Serenella

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