domingo, 5 de diciembre de 2010

Vampirii nu pot exista

Trabajaba en el edificio de la calle que va a parar al reloj antiguo. Me encantaba. Como cincuenta años atrás había sido el Palacio de hielo. Sí, donde estaban los despachos, la gente había patinado. Divino. Había llegado hacía poco y no conocía a mucho gente (la gente del despacho, el conserje, el de asuntos económicos, y pará de contar), pero, de casualidad, en un congreso, empecé a hablar con un pibe y resultó que él también trabajaba allí, pero en el primer piso. Trabamos una pequeña amistad, no exenta de algo de histeriqueo y vanidad. Nuestros desayunos eran pura erudición. Una mañana le dije que andaba atrás de un tema del que no conseguía bibliografía. De eso la única que sabe es la del 103. Si querés, te acompaño y le preguntás. Es un poco rara.
Ah, bueno, dale.
El primer piso tenía unas columnas dóricas rajadas, piso de madera de roble eslavonia con agujeros y tubos fluorescentes que titilaban. Una decadencia magnífica que nadie parecía querer arreglar, ya que llevaban años prometiendo a los trabajadores que los mudarían a otro edificio. Llegamos a la 103 y mi compañero se fue. Hasta mañana.
Toqué la puerta. Sí, me respondió una voz lejana. Abrí. Lo primero fue la oscuridad apenas iluminada por una lamparita de 20 que colgaba del techo y el olor a cigarrillo. Después, lo que vi entre sombras fueron libros tirados en el piso. Una cortina raída caída hacia un lado. Y una montaña de fotocopias contra la pared donde estaba la ventana con las persianas cerradas. Giré la cabeza hacia la derecha y allí estaba ella. Era la señora vampiro. Chiquita. Leía y fumaba.
Oye, ¿sabes cómo se pone papel en la impresora?. Cumplí su pedido y me presenté. Le conté mis cuitas y me ofreció prestarme sus fotocopias y libros, que buscaba por estantes vacíos, por cajones y por el piso. Vente el lunes que te traigo más cosas de casa. Por cierto, es muy interesante lo que estudias, me dijo, mientras me despedía y cerraba muy despacio la puerta. Caminé por el pasillo con una pila de libros de la señora vampiro en los brazos, sintiendo que había estado media hora dentro de un lugar que existía hacía siglos.
Era viernes y, aunque hacía frío, decidimos ir a tomar unas copichuelas con la gente del despacho. Esto no sucedía muy a menudo, así que, a pesar de la pereza que me daba volver a casa tarde y a pata, fui. Eran más o menos las dos y estábamos en un bar saturado de gritos, humo y alcohol. Sentí que mi teléfono vibraba, agarré mi abrigo y salí a la calle. Dejó de sonar. Seguro era mi mamá. Un chico muy pálido y vestido de negro me estaba mirando. Entré y caminó detrás mío. Oye, ¿sabes cómo llego desde aquí hasta el reloj antiguo? Su pregunta, en un español de pronunciación de máquina automática, me recordó a la de la señora vampiro. Salí con él y le indiqué. Sabía ese camino de memoria. ¿Te vienes? Van a ser las doce y deben estar por salir los viejecitos.
Es verdad, a las doce salían los muñecos del reloj antiguo, Me pareció divertido y, además, una buena idea para huir de ese bar cuya música, como es de esperar, no me gustaba. Caminamos hacia la esquina y doblamos. En los veinte minutos que nos llevó llegar al reloj le conté de mi nueva vida y me contó que era de un país de Europa del Este, de una ciudad cerca de Transilvania. Qué bueno, como Drácula, le dije. No pareció gustarle demasiado, y yo me quedé pensando en lo mucho que me gusta clavar los dientes en los cuellos, en la cantidad de veces que tuve que refrenarme para no seguir mordiendo. En fin. En silencio vimos salir las figuras del reloj mientras sonaban las campanitas. Puso su dedo índice en el agujerito que tengo en el mentón y me dijo: precioso, seguro que el segundo dedo de tu pie es un poco más largo que el gordo.
Sí, ¿cómo sabés?
Hacía frío y me invitó a tomar algo. Fuimos al bar donde yo solía desayunar con mi compañerito. No estaba ninguno de los camareros de la mañana. Me pareció muy lógico. Nos sentamos en la mesa del piso de arriba. Pedimos café. Me di cuenta de que la que más había hablado era yo, y que, salvo lo de Transilvania, no sabía nada de mi acompañante.
¿Qué hacés aquí vos? Te busco ¿Para qué? Para mirar tus ojos color del tiempo. No supe qué decir y, como siempre, apreté un poco los labios (me sale instintivamente, ya me lo han dicho en otras ocasiones). Me pidió disculpas y me dijo que era mejor que se fuera.
¿Por qué? La verdad es que me gustaba su compañía. No tenía "segundas intenciones", solo quería acurrucarme en la silla y hablar con él por siglos (como siempre me pasa) ¿Sos un vampiro, no?
Es terrible hablar con alguien que ya lo sabe todo, me dijo. Yo agarré el bolso y caminé hacia el baño. No entendía nada y entendía todo. Cuando salí, la ventana estaba abierta y en la mesa solo quedaban unas monedas que no me iban a servir para pagar. Vaya a saber una de qué siglo eran.
0.71946900121695922381e72.300x221 Leli

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