jueves, 26 de abril de 2012

El Dr. Antonopupolos

Días pasados mi hijo estaba enfermo, algo andaba mal en su garganta. Por esta razón, llamamos a un médico a domicilio. Una hora después llegó un doctor de apellido griego e interminablemente largo, unos 60 años y un polar color mostaza sobre un ambo verde. Fuerte. Una medicina Rojo Shocking. Mi hijo lo vio y empezó a llorar como un pequeño demonio de Tasmania que ha sido exiliado a Buenos Aires. Entonces, el doctor Antonopopupupoplusisis dijo que iba a remediar el llanto furioso. Al segundo, sacó de su maletín un muñequito que me hizo recordar una serie de los 70, donde los personajes eran marionetas y viajaban al espacio. Esa serie me encantaba. El método parecía raro -como mínimo- porque la cabeza del retro muñeco era como una pelota de tenis y el cuerpo como de cajita de fósforos. La cara del juguete presentaba un adulto, serio, peinado a la gomina, boca rígida. Poco amigable igual más llanto. Al apretar un botón en su pequeña espalda, el cabeci-deforme largaba esta frase en un español neutro: "no soy un médico, soy un científico" - "no soy un médico, soy un científico". ¡¡¡¡¡Un científico loco, me dije yo, este Antonopupolos!!!! Mi hijo no dejó de llorar hasta que yo, no pude evitarlo, me puse a reír. Antonononopupolus dijo:"las ciencias médicas siempre sirven para algo". No soy una paciente, soy una blogger. Flor de realismo

domingo, 8 de abril de 2012

El perrito caraculo



Según Chus, estamos en la era de los perros feos.
Durante nuestro último viaje, recordando a su viejo pichicho -ya difunto-, nos preguntábamos por qué ya no veíamos variación de perros, gente con perro normal, así, de esos de hocico largo, pata larga, pelo marroncito. El perro de Chaplin, el de Annie, el de Diógenes. Esos perros de la calle, los adoptados de la vida, los cariñosos a toda hora, los que los dejás en la calle mientras hacés las compras y lloran porque te ven desde afuera del escaparate y te extrañan. Esos.
Yo le conté que hace rato, tanto aquí como del otro lado del océano, vengo encontrándome con un mismo tipo de perro, un tipo, a mi parecer, tan feo como simpático...bueno, esto lo dejo para más adelante.
Estos canes son como una especie de mutación, un perro de invernadero, un kiwi de perro. Yo, hasta que Sunny no me dijo que en Italia le dicen carlinos (y símil, o mejor, post-carlinos, porque parece que carlino carlino del todo no son), les decía caraculos.
Y sí, son perritos enojados, un boxer enano, chueco, retacón, de cola enrulada como un puerco y de hocico negro por el cual apenas pueden respirar. Vienen en clarito, como en la fotos (carlinos) o bicolores (post-carlinos). Más que ladrar, jadean, babean. Así y todo, hasta hoy los consideraba simpáticos a los caraculeiros estos.

Hoy, al fin, salió el sol. Me puse mis botitas de gamuza, marroncitas, nuevas, chic. Paro en el semáforo, contenta, soleada. No lo oí jadear, ni siquiera acercarse (llevaba el heavy metal en las orejas)...en menos de un segundo un caraculo estaba pasando la lengua por mi botita, marroncita, nueva, chic. De abajo hacia arriba, lentamente, mirándome a los ojos. Shhhwaaaaaampftftp.
Ya probé pasarle de todo, pero la lengua del caraculo allí quedó estampada. Perfectamente dibujada, cruzando la gamuza de izquierda a derecha. Como un último beso, como un recuerdo imborrable del mundo de los feos en el que me toca vivir.

LeliaguauDoria