viernes, 8 de julio de 2011

Perros del diablo

Hay dos perros en la cuadra que remiten al apodo Piel de Judas.
Uno es negro, el otro amarillo. Ambos, horribles.
Van siempre juntos y haciendo- je je- perradas.
Salís a la vereda y si los ves, ya se vienen corriendo y chumbando como metiendo miedo.
No le tengo miedo a los perros pero confieso que no son pocas las veces en que los veo y me cruzo de vereda para no pasar juntando el aliento a su lado.
Si ven pasar a otro perro o si chumba algún vecino ( y conste que hay un doberman de los duros en la esquina) se hacen los gallitos y dan vueltas alrededor de la víctima.
Son los perros patota.
Son la amenaza canina encarnada.
Son muy feos y malos y van siempre juntos.
No sé si tendrán un amor enfermizo o si hay parentesco de sangre canina, lo que sí sé es que estoy esperando que alguno palme o que se muden porque son decididamente insorportables.

Flor sin serendidad

domingo, 3 de julio de 2011

Ronda nocturna


En alguna ocasión les conté sobre el bar de los viejitos o sobre el gigante, también sobre el limpiador de vidrios, Estrella, o los de la 102. Hoy les voy a hablar de otro viejito, el del almacén. Almacén es una forma de llamarlo, porque aquí es tienda o ultramarinos, solo que para mí tienda es otra cosa y ultramarinos no es nada. Entonces digo almacén. Como el de mi abuelo. Y el viejito no está lejos -en su oficio- de mi abuelo, a pesar de que mi abuelo fue hermoso hasta cuando estaba en la cama en el hospital. Y abría sus ojos celestes y te decía "bonita". El viejito del almacén también me llama "bonita" pero yo no sé cómo llamarlo ni cómo se llama.
El almacén está siempre abierto. Podés ir cualquier día del año que el viejito está. Entrás a un espacio minúsculo repleto de cajas, paquetes, cajones de fruta. Suena uno de esos timbres que se activan al pasar la puerta y el viejito sale de entre una cortina de plástico, de lo que supongo que es su casa. Nos divide un mostrador con chorizos, pan y alguna tarta. Y moscas, como en cualquier almacén de viejito. También está su gatito negro, adorable, que e las tardes de sol (que no son muchas) sale a dormir la siesta a la calle.
¿Que cómo es el viejito? Rosado, muy rosado, poco pelo y pocos dientes, y una barriga más que prominente.
Yo suelo ir los sábados o los domingos a la tarde a comprar las cosas que son pesadas (la leche, el agua), y que no quiero cargar desde el super. Además, así tengo una excusa para que alguien, una vez a la semana, me llame "bonita".
Una tarde, el viejito me contó que había estado en Buenos Aires.
-Hace muchos años. Tú debías ser pequeña.
-¿Fuiste a pasear?
Y ahí me dijo que él había sido bailarín. Y que había recorrido el mundo con un ballet al que calificó como importante.
Confieso que, en un principio, pensé que me estaba haciendo un chiste. Entiéndase que el viejito no es muy alto ni muy estético en sus proporciones. Tampoco hoy, entre los chorizos y las coles, me lo imagino levantando los brazos como un cisne o tomándose de las manos con sus compañeros. Pero tengo que creerle. Es el viejito, y él no me mentiría. Y su descripción de Buenos Aires fue muy precisa.
-¡Qué ciudad más maravillosa! Acabamos la actuación y yo, como siempre, salí a dar mi paseo nocturno. Es que si no, no duermo. Dejé las llaves en la conserjería y caminé hasta la 9 de julio. Hacía muchísimo frío, pero yo iba abrigado. Atrás del obelisco colgaba una luna asimétrica. Helaba. No había nadie en la calle. Por eso me llamó la atención que abajo de un cartel que creo que ponía Drean o Sanyo, durmiera entre cartones una mujer. Lo recuerdo bien, me dijo: hay un gatito negro que espera que lo alimentes.

Leli-a-Doura