martes, 5 de abril de 2011

Constelación


Me gusta cuando llega la primavera porque los días duran mucho. Y si hace sol, la luz que entra por mi ventana a la tarde es suficiente para no necesitar lámparas por mucho rato. Pero lo que más me gusta de cuando llega este tiempo es el color que tiene la luna. Amarilla. Miro por la ventana y veo que hoy hay una luna que es como la parte de arriba de una uña de dedo gordo. Amarilla. Esta luna me hizo acordar al pelo de María.
Pero antes de hablar del pelo de María, debería hablar de la otra María.
Una de las Marías es la del primer piso. Jamás saluda y tiene cara de espárrago triste. A veces me la cruzo en la cafetería. Baja siempre con una compañera de despacho con cara, supongamos, de alcaucil. Dos verdes que no le hacen honor a la verdura. Miran por el rabillo del ojo, por abajo de sus anteojos, mientras toman su cafecito de niña bien. Estoy segura de que nunca se sentaron a mirar la luna, ninguna de estas dos.
La otra de las Marías es la que recorre los pisos. Debe triplicarnos la edad a todos. Usa un uniforme celeste que le arrastra por abajo de los zuecos. Bastante. En cualquier rincón que me la encuentre, María me saluda. Y cuando llega el viernes, me desea que descanse. Tiene el pelo como el color de la luna, amarillo, pero no de teñirse. Sus canas son amarillas. Una especie muy rara en un corte de pelo tipo casco. María debe estar ocupada todo el fin de semana en su huerta, seguro. Pero el lunes llega y te sonríe, como si pasar una franela por tu mesa fuese lo más divertido que a un humano le pudiese pasar.
Creo que el día que me vaya voy a extrañar que María abra la puerta del despacho todas las tardes y me sonría con sus dientes parecidos a sus canas.
Y, bueno, en el medio de estas Marías estoy yo que, aunque lo oculto, también soy, gracias a mi madre, María. Tres marías, como las que mi tía Pura me señalaba cuando nos sentábamos en el banco de la quinta a la noche porque hacía calor. Y los sapos perseguían mosquitos o algún bichito de luz se colaba entre las ligustrinas. No sé si los hay por aquí. Además, ahora que lo pienso, desde este lado del océano no se ven las tres marías. Y hoy solo se ve la luna, que para este momento es como una uñita de gato.
L Doura