sábado, 4 de diciembre de 2010

Año de nieves, año de bienes

Tengo una teoría: cuando nieva al pueblo le agarra el síndrome Twin Peaks. Me explico: pasan cosas raras, aparecen personajes que vienen y se van sin más, como la nieve.
Bien es verdad que a mí me pasan todo el tiempo cosas raras, lo sé. Pero cuando nieva más. Hoy, por ejemplo, iba a eso de la una y media a hacer las compras. Con mi gorrito de lana negro y fucsia. Un hombrecito de gorro azul me persiguió una cuadra entera al son de: ¿cambiamos? ¿cambiamos las gorras? Primero le contesté que no, que gracias; pero él, dale, que erre con erre, así me siguió hasta la misma entrada del super. Cuando estaba eligiendo qué cereal tenía ganas de comer, ring, ring, Antonia Maravilla. Mi madre se cayó y se rompió una mano, me dijo, a la salida del hospital. Qué bizarro, respondí. Pues sí, le pasa lo mismo todos los años. Cada vez que nieva, resbala.
Salí del super. Alguien tiraba fuegos artificiales y bombas. Serían las dos y media. Llegué a casa, cargada de bolsas. En la puerta estaba acurrucado el gato naranja que aparece y desaparece, y nunca me deja que lo acaricie. Hola, calico, mi precioso. Miró hacia otro lado e inmediatamente bostezó, y desapareció por el callejón, balanceando con orgullo su cola de ardilla.
A la tarde estaba en la sauna. Entró una chica con un libro. La saludé y seguí en mi mundo escandinavo, como buena vikinga solitaria que transpira su tristeza. Pensé para mis adentros: el libro se le va hacer pelota con el vapor y el calor. La chica seguía leyendo. Pasaron como diez minutos y el libro empezó a perder su forma de libro. Uy, que me quedo sin final, me dijo. Y salió.
Esto es Twin Peaks. Si solo viniera a visitarme algún día de nieve el Agente especial Cooper, mi alma gemela, mi felicidad sería completa.

L.D.

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