Nunca había cruzado palabra con ellas, hasta hoy, que como llegaba medio tarde a la clase de body step, osé dejar mis enseres en el locker de la fila donde siempre las veo. Se estaban por duchar. Caminaban de un lado a otro como las gallinas de la casa de mi tía. Se chocaban entre ellas-se reían sin parar. A pesar de que venía escuchando Judas en el ipod, me taladraban el cerebro. Y tenían toda una batería de toallas, cremas y shampús en tarritos de diferente tamaño desplegados por la banqueta. NO! me dijo la de rulos, aquí está Pepa, aquí no puedes dejarlo. Ah, ¿pero tiene nombre? No pero es así desde siempre.
Nadie en todo ese vestuario, ni siquiera la señora que limpia y que siempre me saluda, pareció darse cuenta del encontronazo.
Ante una respuesta como esa, que trae consigo todo el mismísimo derecho consuetudinario, no hay respuesta, me dije. Y me fui cantando bajito hasta la segunda fila de lockers...Se lo conté al depi, que estaba en la sala, haciendo abdominales en la colchoneta azul. Me miró con cara de preocupación. Sí, las conozco, me dijo. Después se fue a buscar unas pesas, mientas se miraba, de reojo, al espejo.
Cuando acabó la clase, volví por el bolso. El vapor calentísimo casi no me dejaba ver el número de mi locker. Como siempre, las tres estaban secándose el pelo en bolas. Sí, señor, en reverenda pelota. Así les gusta a ellas. Mientras me iba por el pasillo que da a la salida del vestuario, sentí que cuchicheaban algo que el ruido de los secadores me tapaba. Mañana juro que las enfrento.
Cerré la puerta. El vapor y el calor se quedaron dentro. De afuera se escuchaban las risas de las tres. Parecía la sirena de los bomberos.
Mañana juro que las enfrento.
LeliaDoura
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