domingo, 15 de enero de 2012

El amigo invisible


Cuando tenía cuatro años decidí inventarme un amigo invisible. Bueno, tal vez fue él quien decidió meterse en mi cabeza. Mis abuelos dormían la siesta, y yo estaba sola en el balcón, comiendo polvo de Toddy a cucharadas. Hacía calor. Algo me llevó a mirar debajo de una maceta y empezar a hablarle a una pelusa amarilla cuyo color entre verde y fluorescente podría hoy describir con exactitud. No es necesario añadir que la pelusa me contestó y que tomó, en ese instante, la forma de un niño con el cual entablé conversaciones semanas y semanas, todas las siestas que pude. Supongo que habríamos conversado más, pero llovió, y la pelusa amarilla desapareció.
Mi infantil labor de animizar los objetos, de hablarles, y de hablarme, no se detuvo con la llegada de la adolescencia. Por el contrario, creció. Ahora mi amigo era una especie de "novio en potencia" que me acompañaba en diferentes aventuras por el mundo. Algo muy romántico y decimonónico: después de luchar contra enemigos terribles, pasar por situaciones de extremo peligro, estábamos, de golpe, en un prado, a las orillas de un lago (pedazo de locus amoenus) y conversábamos largas horas u observábamos como el mar se devoraba un sol atoronjado. A veces le leía un cuento, sentados en un mausoleo abandonado.
No me da vergüenza confesar que nunca abandoné a mi amigo invisible, y que invento historias divertidas que lo ponen como uno de los personajes principales. A pesar de que su cara no ha cambiado con los años (porque, probablemente, ya no es humana), suelo adjudicarle virtudes ajenas o se lo endilgo a algún distraído. ¿Está mal? ¿Sufro alguna tara? ¿Por qué no puedo yo tener una compañía, que además es fiel y divertida? En el fondo, si ahora no te lo contara, nunca te enterarías.

Estos días de tanto frío color nada me hacen creer que me lo voy a encontrar por la calle, o que va a aparecerse en casa, pero tal vez aquí no, sino en mi próxima aventura, cuando haga calor y no me quede más remedio que hacerme un rodete, o usar el abanico de lunares rojos.

Lelia

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