domingo, 18 de marzo de 2012

Agüelitas hot- Parte I


Escuchado en un bar, mientras tomo un rayito de sol con mi amiga Ana y un café con leche:

-Tía, ya es hora de que me congele unos óvulos, ¿no? Se me está pasando el cuarto de hora.

Abro medio ojo y aceito la oreja. La conversación entre dos féminas de cabello dudosamente rubio dura unos quince minutos, tiempo en el que Ana regresa de hablar con su hermana y mete el móvil en el bolso. Estupefacta le cuento la charla sobre salud reproductiva que acabo de presenciar. Ana, la muy feminista, se alegra, mientras a mí se me eriza la piel de solo pensar que me tendrían que pinchar un ovario. También me lleva a recordar ese sueño que tuve una vez, ese sueño donde cuidaba a un bebé metido en un frasco transparente, como una orquídea. Lo conté una vez en un cumpleaños y dije que sentía que solo así podría ser madre (¡puaj!, los hospitales, su olor y su color amarillo), y que no me molestaría cuidar y visitar día a día a un bebé en un frasco, como una orquídea. La gente se lo tomó a mal y me acusaron de insensible, pero a mí me sigue pareciendo una imagen no tierna, pero si mágica. Muy blanca y no amarilla.

Lo mejor de la conversación sobre salud reproductiva y sobre el bebé orquídea fue que, ya de camino a casa, sola, a eso de las siete y media y escuchando en el ipod Judas Priest, fui a parar al recuerdo de unas señoras que conocí hace varios años en un viaje por unas sierras de prados verdes en el Cono Sur. Las señoras eran lo que podríamos definir como abuelas, sin saber exactamente si es que se habían reproducido en algún momento de sus vidas o si solo sus canas y sus arrugas habilitaban tal hipótesis. Adelanto aquí que creo que la vejez es una cosa feísima, y que, bajo ningún punto de vista creo que alguien puede ser bello o apetecible con canas y arrugas, mucho menos con dientes faltantes, de plástico, o con ciática o lumbago. Esto sí que es un comentario más insensible que el del bebé orquídea, lo admito. También admito que uno puede divertirse en esos años de canas y dolores de huesos. Y mucho. Eso me lo enseñaron las señoras de las sierras, mejor dicho las agüelitas hot.

Las agüelitas hot alquilaban una de las casas que lindaban con el hostal donde yo me hospedaba y tomaban sol plácidamente desparramadas en las reposeras del sector donde yo me sentaba a trabajar con mi laptop todas las mañanas. Eran tres y bajaban con sus mallas enterizas, sus pareos de flores y unas pamelas de ala ancha en la cabeza. Agradezco que el Dios de los Cronotopos me haya regalado la causalidad de escuchar sus conversaciones matinales, solo interrumpidas por la momentánea aspiración de un mate:

Hot 1: -Yo en mi vida tuve uno o, como mucho, dos orgasmos seguidos, pero con Romi, solo con él y desde hace dos años, soy capaz de tener tres o cuatro en una noche.

Hot 2:-¿Y la mujer de Romi qué opina? (risas)

Hot 3, con anteojos:-Yo, desde que conocí a Raúl, el chofer que nos llevó a Mina Clavero la semana pasada, reviví en cuatro o cinco noches todas las posiciones del kamasutra que solía hacer con mi finadito Juan.

En este caso no abro los ojos a media asta ni debo aceitar cosa alguna. Me siento bastante tonta cuando me encuentro, de pronto, poniéndome colorada y fijando la mirada en la pantalla y en miles de letras en Times New Roman que van perdiendo el sentido y la forma. La conversación vecina se desliza como un esquiador experto en mis orejas, las abuelitas hot se cuentan todas sus experiencias "de vida" mientras se pasan el protector solar por los hombros o comparan el tamaño del vigilante con crema pastelera que una de ellas se está comiendo con...Es demasiado, no puedo concentrarme en el artículo que tengo que entregar pasado mañana y que hace meses me mantiene alejada de cualquier centro social, el que apenas me deja tiempo para bajar al sector de las mesas y sombrillas y disfrutar de lo que queda del verano. Evidentemente, ni soñar puedo con una imagen mía más carnal, más sensual, un minuto de placer. Yo sigo confinada a mi mundo de libros y compañeros de trabajo gays. Yo también estoy, como el bebé del sueño, en mi frasco de cristal. Pero, en el fondo, ¿para qué soñar con algo así? si para eso están las agüelitas hot. Sigo (ahora, y gracias a ellas, con más convencimiento) con mi artículo sobre la cuaderna via y las Cantigas de Santa María.

Lo que más me llena de una especie de rabia hibridada con orgullo por las de mi género es que las agüelitas hot tienen un querubín que suele aparecer diariamente hacia el medio día. Les trae medialunas o un termo extra con agua caliente. Imagino que será algún nieto o un vecino que las quiere mucho, alguien que, tal vez como yo, aprendió mucho de ellas. El muchachito es un primor, delgado como un junco, suavemente despeinado les susurra los buenos días y hasta, a veces, carga con la canasta de alguna.

Debo admitirlo, a pesar de que la imagen pueda resultar al lector extravagante, grosera, desangelada, está anclada en la más pura realidad (si es que esta existe), purísima. Y me alegra que la ancianidad sea algo más que tejer sweaters en punto santa clara para toda la familia o ir a misa de diez. Me alegra encontrarme vórtices bizarros por aquí y por allá, esos que hacen que en la piel se sienta eso que definimos como progreso, como igualdad y bla bla bla. Debo admitirlo, no sé si, como las damitas del bar de la Plaza Santa Ana, vale la pena que te pinchen para ser madre o abuela, pero ser agüelita hot, eso sí que resulta cada vez más evidente que es algo que vale la pena.

LD

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