sábado, 4 de febrero de 2012

Miro y casi miro























Hace rato que quiero hablar de Casimiro, pero me olvido. Y eso es triste, porque si existe alguna historia de amor en este planeta, esa es la de Casimiro. Por eso, ahora que a Demi Moore, ella tan espléndida, la llaman vieja verde, y que los puntos suspensivos crecen en la peluquería de la Florida, ahora voy a contar la historia de Casimiro.
Yo tenía cuatro años, y Casimiro era el pintor de la cuadra. Andaba con un birrete blanco en la cabeza, una camisa manchada y un balde en la mano. No entiendo por qué hoy ya no veo a nadie con birretes blancos en la cabeza. Eran muy lindos, como barquitos de papel. También ayudaba, por las mañanas, a mi abuelo en el almacén...solo por las mañanas, porque el hombre parece que era amigo de la botella, y a la hora de comer se le iba la mano y le daba por dormirse siestitas de cinco horas y aparecer a eso de las siete de la tarde. Estoy segura de que, aunque nunca me lo dijo, mi abuelo lo quería bien, porque después de los cuatro gritos en gallego que le pegaba y de echarlo sistemáticamente, Casimiro regresaba al otro día por la mañana como si nada. La historia así se repetía día a día, con y sin birrete.
Durante varios años yo pensé que Casimiro se llamaba Casimiro-señora. Mi madre solía contratarlo para que pintara el baño o la cocina en las vacaciones. Y él, muy educado, cuando tocaba el timbre y yo preguntaba quién era, me respondía "Casimiro-señora". Tenía el pelo muy lacio y muy negro, y los dientes separados como un conejo blanco.
Todos sabíamos que Casimiro vivía con su tía Celmira. Casimiro tendría unos veintipico, Celmira unos cincuenta. Ella compraba las medias para Casimiro en la tienda de mi madre, "Consígamelas de puro algodón, porque el Casimiro tiene los pies muy sensibles", el fiambre en lo de mi abuelo, "bien finito el salame, porque al Casimiro le gusta que se lo sirva en lonchitas con un Gancia". A todos nos levantaba curiosidad esa enorme dedicación que la tía le profesaba al sobrino, y la forma en que nos miraba y luego cerraba los ojos, como en un tic nervioso, cuando pronunciaba su nombre. Casimiro. Medias para, TIC, Casimiro. Salame para, TIC, Casimiro. Si eso no es amor, que Demi Moore nos lo cuente.
Pasaron muchos días y muchas cosas, tantas, que a veces ni yo me acuerdo de haber vivido tanto. En todo ese tiempo me habré cruzado por la calle con Casimiro algunas veces; con Celmira un par.
Hace unos años estaba yo de visita en la tienda, tomándome un café, sentada en el silloncito rojo, cuando entró Celmira. En esos veintitantos poco había cambiado, hasta creo que traía un vestido tipo batón similar al que yo le recordaba de mi infancia. Todos esos años, de golpe, se hicieron nada. Le pidió a mi madre que le consiguiera "de esas medias de puro algodón, ¿vio?, para el Casimiro, TIC, que me sufre mucho de los pies". Y una vez más, como cuando yo no llegaba al metro veinte, nos miró, y sus ojos negros, después de abrirse intensamente atrás de sus anteojos, se cerraron en ese TIC, efímero y sentido. Antes de irse, justo al cerrar la puerta, nos dijo: ¿sabe que nos volvemos al Paraguay el mes que viene? Es que ya me salió la jubilación.
El año pasado me enteré que Casimiro y Celmira viven felizmente casados, hace bastante, en algún rincón azul del Paraguay.

Leliá Dourí

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