martes, 30 de noviembre de 2010

Los astros dicen


Serenella me dice: escribí. Y yo obedezco, porque hace años que Serenella hace lo que quiere de mí. Le digo: no sé, ¿me das un mate? Y entonces vuelvo convencida en el 60 de que, aunque sin cálamo, tal vez sea lo mejor escribir. Serenella manda y yo hago caso.
El día que llegué al pueblo traía un solero de verano, porque cuando salí de M. hacía mucho calor, y además arrastraba una valija enorme, un bolso de mano con libros y algo más. Ocho o diez horas después, Antonia Maravilla me estaba esperando en la estación. Che, qué frío, le dije, y nos abrazamos y la valija se cayó haciendo un ruido tan espantoso que hasta el señor de la boletería asomó la cabeza por el agujerito por donde te pasa los pasajes.
Lo más probable es que mañana llueva y vaya a tomarme un café a lo de los viejitos, que es donde todavía quedan enanos de Blancanieves como decoración, además de posters que regalaba la oficina de turismo hace por los menos treinta años. Tienen perros y dos hijos los viejitos. Cuando vivía del otro lado iba al Derby, pero ahora me queda lejos. Extraño su chocolate con churros. Pero los viejitos son otras cosa, definitivamente. Otro día les cuento de ellos.
Después me dormiré en mi mundo de la sala 102. EL día que no exista, la voy a extrañar.
Soy Lelia Doura. Tengo varias obsesiones: los siglos pasados, los copistas, el heavy metal y los castillos. Bueno, y muchas más. También sé lo que va a pasar. Siempre. Les juro que hasta ahora nunca me equivoqué. Por eso siempre obedezco a Serenella. Así, por un momento siento que alguien puede manejar mi destino.

Lelia Doura

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