lunes, 29 de noviembre de 2010

El vivero del dragón

Entre la espesura percibí al dragón. Sus ojos brillaron como dos soles entre las ramas. Tenía largos rizos que crecían para todos lados. Tenía una sonrisa amable. Me invitó a pasar y nos sentamos en el suelo. Había unas monedas que no se por qué parecían recién desparramadas. El Dragón sostenía entre sus manos un robusto libro de tapas negras y hojas amarillentas. Me dijo si quería preguntarle algo, dije que sí, hice la pregunta, tiré las monedas y el libro dió su veredicto: sostener la perseverencia, permanecer en la inocencia.
Tomamos té con ron, miramos el horizonte: vimos una mujer bailando sola. Ella no lo sabía, pero era una presencia grata para El Dragón. Una imagen fantasmal que acompañaba sus días. Ella no podía verlo entre la espesura. El Dragón vivía oculto entre selvas de humo, sentado frente a su mesa roja cubierta con plantas y pilas de libros.
Así, desde su torre, veía al Dragón que oteaba el horizonte con un brillo en sus ojos.

El Muro

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