jueves, 26 de mayo de 2011

Punto de vista


Últimamente se me hace imposible manejar el tiempo. No se si llamaría a esta etapa "la de perder el tiempo", más bien sería "la de perderme en el tiempo". Y no es que se me haya dado por mirar la tele, pintarme las uñas o apretarme granitos. Nada de eso. Mi pérdida de tiempo consiste en sentarme en una silla y mirar por la ventana, para ser más precisos, mirar un arbusto. A eso de las siete, cuando están de vuelta todos los pajaritos.
Si uno se descuida, parece que todo está en calma, que no hay nada allí, pero basta poner algo de atención y zas, empiezan a saltar de un lado a otro. A apretujarse. Y el arbusto se zarandea y dibuja mil formas, como si le hicieran cosquillas. Entiéndase que mi postura no es nada cómoda, que la silla es dura, de madera, y que cuando llego por las tardes a casa, hasta me quedo con el bolso colgado al hombro esperándolos.
Ahora que Ramón trabaja con su mujer en la huerta y otros vecinos empiezan a copiarlo, me pregunto qué pensarán cuando me ven sentada mirando por la ventana. Debo quedarme tan quieta que, a lo mejor, no me perciben. Como un tigre cuando caza. Como un camaleón en una piedra.
A veces entra S a mi habitación, a preguntarme si voy a ir al súper con ella, o dónde está la azucarera. Me mira con sus grandes ojos de susto y yo no sé cómo explicarle que estoy esperando que el arbusto se mueva. Que se caiga hacia un lado, o que asome su pico el pájaro azul.

Lellia

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