martes, 17 de mayo de 2011

Fenomenológico


Es raro. Porque el cielo está celeste, cantan los pajaritos y no sé qué tipo de bicho también hace ruido. Pero está tronando. Y fuerte. Hace más de veinte minutos. Saco la cabeza por la ventana y veo que mi vecina también mira al cielo. No nos decimos nada. Es raro. No llueve.

Vuelvo con A por la calle ayer y le digo:
-¿Qué hacés para estar contento?
-Pienso en una tía abuela que nunca conocí, pero que cuenta mi madre que llevó una vida de soledad y miseria material y espiritual hasta que se la comió un león.
-Te burlás de mí. Te lo digo en serio. Estoy triste.
-Era mujer barbuda de un circo.
Miro a A.
-Parece que encima la pobre no era hirsuta ni nada de eso, pero lo de la mujer barbuda se llevaba en los cuarenta. Y se metió en este circo que llevaban los gitanos. Se llamaba Lina.
Miro a A. Pienso en los domingos, cuando no tengo ganas de salir a la calle. A veces, de no hablar, me quedo ronca.
-Dice mi madre que le fascinaban las cremas y los esmaltes de uñas. Era muy coqueta y el camioncito donde vivía estaba lleno de polveras y barras de labios color rojo. Nunca se enamoraron de ella, a pesar de que tenía una voz muy dulce y unas pestañas largas. Bueno, eso dice mi madre.
Miro a A y me despido porque llegamos a la puerta de su casa.
Tengo ganas de llorar, pero no lo hago porque A no entendería y yo no podría contarle mi vida en las tres calles que solemos caminar juntos tres días por semana, cuando la clase acaba.
Mientras subo las escaleras, hasta llegar al segundo piso, me imagino a Lina mirándose en un pedacito de espejo que cuelga, atado con un piolín. A no me dijo como es eso de que la comió un león, pero puedo imaginarlo. Los truenos están cada vez más cerca.

Lelia Doura

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