jueves, 27 de enero de 2011

En la dragonera


A Santa Margarita se la tragó un dragón, pero ella se las arregló para salir de su panza días después. San Jorge andaba matando dragones por toda la Romania y, mal no le iba, porque las doncellas caían rendidas a sus pies. A Beowulf no le salieron las cosas tan tan bien, porque el dragón casi lo deja fuera de juego, pero, bueno, al final también le gana. Conclusión número uno: el dragón es malo pero no tanto. Es un rival al que siempre se vence, como le pasa a la selección alemana con la argentina. Conclusión número dos: el dragón es argentino. Ahora, en la Edad Media ya había dragones por el Este y el Oeste de Europa (y antes los hubo en Oriente)...Conclusión número tres: el dragón es un inmigrante.
Una vez me regalaron un dragón rojo, y después me lo quitaron. El malo no fue el dragón, fue el que me lo regaló. Yo tengo algunos dragoncitos en casa guardados en una caja, pero no me disgustaría tener uno más grande y con escamas parecidas a las mías. Un dragón de verdad. Que me cuidase como a su tesoro, que me diese calor en invierno con su fuego, y que en verano me esperara en la ventana para llevarme a volar.

LeliaD

miércoles, 26 de enero de 2011

Frutas, Verduras y Amor


En otra visita guíada virtual (género aún ignoto en el mundo web) hoy les quiero hablar de una verdulería cercana.
Atendida por tres señores grandes, de tonada tana (valga la cacofonía bizarra), piropeadores de antaño y laburadores eternos, este comercio se llama "La Primavera" y tiene dos características básicas. En primer lugar, su mercadería de excelencia. Su habilidad para presentar, por ejemplo, tres clases de pelones, a tres precios diferentes es notable. Y en segundo lugar, sus pizarrones negros presentan frases más que curiosas para el paseante.
La primera vez que leí una de esas oraciones quedé estática. "LLegó el rey melón" decía y al lado, una caja explotaba de melones. Por curiosidad "me hice" clienta de la casa y constaté que rey melón no era una marca sino la ocurrencia de uno de los tanos.
En el invierno apareció "Bajó el repollo" y el dibujo de un pollo con el RE con alas, enmarcaba el cajón pertinente. Después pasaron: "Naranjas imperdibles", "Morrones parrilleros se van", "Cherri para Navidad", "LLegó la gota de miel" en referencia a unas ciruelas y por fin "Volvió el rey melón". Una vez, en otra onda, se dejó ver: "Hoy nos vamos antes. Saque número hasta las 19.40. No más".
Si quieren saber si los piropos de los verduleros ítalo-argentinos son de una fantasía semejante, debo decirles de antemano que, fieles a su terruño, se regalan a todas las mujeres que por allí pasan pero son más clasicones. Además, siempre van mediados por un "usted":
"Tenga cuidado con el escalón, belleza", "¿Qué quiere hoy, mi reina", "Son treinta y siete pesos, tesorito", "Hoy atiendo exclusivamente a las más lindas, ¿qué le doy?". Flores de ese estilo, tipo clavel, rosa y no me olvides, hacen de este comercio un espacio de encuentro con la poesía menos pensada y un romanticismo que huele a duraznos.
Serenella

domingo, 23 de enero de 2011

Paradoja número uno


Ya sé que somos apenas un puntito en toda la galaxia, que nuestras acciones pueden fragmentarse en otras, como le pasa al pobre gatito de Schrödinger y que no sabemos a dónde vamos ni de dónde venimos (bueno, yo creo que sí, que lo sé, pero de eso hablaré en otra ocasión), pero, así y todo, es justo que sepan de la paradoja número uno.
Como ustedes saben, vivo en un lugar en el que la lluvia es dueña y señora de todo. Mi pueblo es como una pecera. Y si el sol brilla muchos días seguidos, preparate, porque algo muy malo se acerca: nieve, cola de ciclón... Lo raro (o magnífico) de todo esto es que los lugareños no parecen percibir las características de la burbuja en la que se encuentran atrapados. De hecho, ayer fui a la farmacia y la chica que siempre me atiende me decía que había visto no sé qué documental de la Antártida en la tele y que había que ver el buen clima del que gozaba nuestra tierra (no ahondaré en este comentario, imaginen ustedes por qué). Paso ahora al caso al que refería al comienzo de este excursus: Todos los viernes camina por los pasillos del edificio gris donde trabajo un hombre de unos cuarenta y algo, bajito y relleno, con la mirada perdida (y un ojo, como diría mi viejo, a la birulí). Va hablando solo (o tal vez él piense que conversa con alguien, cosa que está muy bien). Lo veo cuando bajo a que Estrella me ponga el café de las cuatro, hora en la que irremediablemente me aletargo (digamos que el período de somnolencia arranca tres y cuarto, pero resisto). A eso de las seis, viernes, cuando solo seres enfermos como yo pueden estar trabajando en batallas perdidas, tocan a mi puerta. Siempre se repite la acción que a continuación detallaré: Me doy vuelta. Es él, con un balde y un secadorcito, además de unos cuantos trapos. Me dice: vengo a limpiar las ventanas. Le contesto: pero es que llueve. Replica en tono robótico: No importa, es mi obligación.
Siempre me da esta respuesta, mirándome con un solo ojo. O sin mirarme. Se sube a la mesa que da a la ventana y limpia por fuera los vidrios que, instantáneamente, vuelven a llenarse de gotitas de agua. Y se va.
A las ocho, cuando enfilo para casa, está en el primer piso, pegado a alguno de los ventanales que dan al parque. Abro mi paraguas y pienso que el señor a la birulí es una especie de Prometeo, condenado a repetir una acción sin sentido hasta la eternidad, y que yo debería buscar alguna estrategia para liberarlo, como hizo Hércules. También pienso que en otra dimensión, birulí limpia los vidrios y no llueve.
Lelia Doura

domingo, 9 de enero de 2011

Buenas tardes, la puta madre que te parió


En el edificio donde habitan Jenny, Alberto y la pareja de ingleses mayores con doble heladera también vivía un dealer. Eso era lo que decían los demás sobre su actividad laboral. Vivía enfrente. De día estaba casi todo el tiempo en su departamento pero de noche -cual vampiro de fin de siglo- salía perfumado y volvía en horarios imprevistos. Su puerta se cerraba con fuerza a cualquier hora de la noche y como tengo el sueño liviano escuchaba su pam!!!
Señor Dealer vivía con su novia, una flaquita al estilo Burton.
Señor Dealer era el más correcto de todos con sus vecinos. Te lo cruzabas y él lanzaba seco y sin mirarte un: cómo le va, señora // buenas tardes// hasta luego// buenos días y las frases más señoriales y comunes para un tipo joven, con un eco de punk y fama de señor dealer.
De noche o de madrugada, se lo escuchaba pelear con su novia a viva voce. Allí el formalismo se caía en pedazos y aparecían las más variadas puteadas del universo español. Puro grito. Pura puteada y maltrato. Daba escalofríos. Todo terminaba en un portazo monumental y la escapada de alguno de los dos por las escaleras. Feo, feo.
Pero de día: buenos días, señora, buenas tardes, señor y de noche: la puta madre que te parió.
El día y la noche. La luna y el sol.
Serenella
(Estimados lectores: sepan disculpar el título recreativo)

jueves, 6 de enero de 2011

Palabra de madre


Estuve la semana pasada de vacaciones en una isla. Me alojé en uno de esos resorts con enormes piscinas y salones de baile. Lástima que era invierno y el agua estaba fría, y que siempre detesté los bailes de salón. Pero, sin lugar a dudas, lo mejor del Jardín de Mar eran sus noches cena-baile-show. A eso de las ocho y media-nueve el comedor se llenaba de grupos de ancianos en busca de comida y pasodobles, parejas de recién casados que, obviamente, habían empezado mal su vida marital, ya que nadie en su sano juicio podría encontrar una pizca de romanticismo, erotismo o cosa similar en un edificio con tres ascensores, miles de cuartos pegoteados y animadores varios, además de un DJ centroamericano y camareros salidos del Crucero del amor.
Entre los seres mágicos que pululaban cada noche por la barra self-service estaba la familia deutsche. Eran cuatro: hija de 20 años, cara de reventada; hijo de 25, dueño de diversos sweaters estilo ochenta, de esos que ya no se consiguen; marido con cadena y pulsera de oro; señora de pelo naranja rojizo koleston, uñas XL color celeste, kilos acumulados en la zona del abdomen (eso que en la piscina había clase diaria de aquagym) y sandalias de taco alto con media con puntera. Se sentaban en una mesa estrictamente de cuatro personas (las había más grandes; pero les debía gustar rozarse los hombros). En fila india traían diversos platos de comida y postre que apiñaban en el centro de la mesa a medida que los acababan. Nunca, en toda la semana en la que cené y escuché al animador cantar los grandes éxitos de las Azúcar Moreno, vi hablar en esa familia a otra persona que no fuera la madre. La señora era la dueña del micrófono. Largaba su rollo por más o menos media hora mientras los platos se acumulaban. Después, levantaba su larga uña celeste, la del dedo índice, y se iban todos a jugar a las cartas al salón de al lado. En estricto silencio.
Han pasado unas semanas desde que volví. Todavía siento pena por esa familia. Me imagino a los hijos, de vuelta en la casa, encerrados en sus cuartos, rezando para que nunca llegue la hora de cenar, y a lady red intentando pintarse las uñas del pie mientras los rollitos se le trepan sobre la cintura alta de un pantalón amarillo patito.
LD