domingo, 23 de enero de 2011

Paradoja número uno


Ya sé que somos apenas un puntito en toda la galaxia, que nuestras acciones pueden fragmentarse en otras, como le pasa al pobre gatito de Schrödinger y que no sabemos a dónde vamos ni de dónde venimos (bueno, yo creo que sí, que lo sé, pero de eso hablaré en otra ocasión), pero, así y todo, es justo que sepan de la paradoja número uno.
Como ustedes saben, vivo en un lugar en el que la lluvia es dueña y señora de todo. Mi pueblo es como una pecera. Y si el sol brilla muchos días seguidos, preparate, porque algo muy malo se acerca: nieve, cola de ciclón... Lo raro (o magnífico) de todo esto es que los lugareños no parecen percibir las características de la burbuja en la que se encuentran atrapados. De hecho, ayer fui a la farmacia y la chica que siempre me atiende me decía que había visto no sé qué documental de la Antártida en la tele y que había que ver el buen clima del que gozaba nuestra tierra (no ahondaré en este comentario, imaginen ustedes por qué). Paso ahora al caso al que refería al comienzo de este excursus: Todos los viernes camina por los pasillos del edificio gris donde trabajo un hombre de unos cuarenta y algo, bajito y relleno, con la mirada perdida (y un ojo, como diría mi viejo, a la birulí). Va hablando solo (o tal vez él piense que conversa con alguien, cosa que está muy bien). Lo veo cuando bajo a que Estrella me ponga el café de las cuatro, hora en la que irremediablemente me aletargo (digamos que el período de somnolencia arranca tres y cuarto, pero resisto). A eso de las seis, viernes, cuando solo seres enfermos como yo pueden estar trabajando en batallas perdidas, tocan a mi puerta. Siempre se repite la acción que a continuación detallaré: Me doy vuelta. Es él, con un balde y un secadorcito, además de unos cuantos trapos. Me dice: vengo a limpiar las ventanas. Le contesto: pero es que llueve. Replica en tono robótico: No importa, es mi obligación.
Siempre me da esta respuesta, mirándome con un solo ojo. O sin mirarme. Se sube a la mesa que da a la ventana y limpia por fuera los vidrios que, instantáneamente, vuelven a llenarse de gotitas de agua. Y se va.
A las ocho, cuando enfilo para casa, está en el primer piso, pegado a alguno de los ventanales que dan al parque. Abro mi paraguas y pienso que el señor a la birulí es una especie de Prometeo, condenado a repetir una acción sin sentido hasta la eternidad, y que yo debería buscar alguna estrategia para liberarlo, como hizo Hércules. También pienso que en otra dimensión, birulí limpia los vidrios y no llueve.
Lelia Doura

1 comentario:

  1. Bien Bizarro y horrible y terrorífico:


    http://crappytaxidermy.com/page/30

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