miércoles, 23 de marzo de 2011

El gigante en la esquina



Justo en la esquina, antes de llegar a la avenida, vive el gigante. Yo no supe que existía hasta que empecé a ir a trabajar temprano. Bueno, voy siempre temprano, pero al principio llegaba más hacia las diez y media o cosa así. Ahora no, ahora a las nueve ya estoy ventilando la sala. Fue entonces cuando lo vi salir por la puerta de su casa. Agachando el torso, despacito, cuidando de no golpearse la cabeza. Llevaba un corte de pelo a la taza y tenía los ojos muy claros, casi de vidrio como las bolitas antiguas, o como los de un bebé de juguete. Nos miramos, pero yo en seguida disipé mi vista de su enorme figura. No sé, me dio pena. Supuse que todos los vecinos, los nenes de la plaza, los empleados del banco, los de los camiones de reparto lo observarían fijamente, siempre, por ser taaaaaaan alto y por tener aspecto de muñeco viejo en un tamaño desproporcionado para un muñeco.
Yo doblé en la esquina, para acortar camino por el parking, y él salió de su casa dando grandes pasos. Lo supe porque el suelo temblaba. También me pareció que alguien suspiraba, pero a veces el viento hace ruidos raros cuando pasa por el atajo que desemboca en el parking. Por eso no me preocupé y seguí mi camino hasta el segundo piso a la derecha.
Ni Antonia ni Estrella sabían quién era el gigante. Quizás porque ellos no usan la entrada del parking y no saben del edificio gris de dos plantas que está en la esquina, ese donde vive el gigante.

Hoy fui al bar de los viejitos. Me tomé mi café con leche de los miércoles, ese que divide la semana. Cuando me estaba bajando del taburete para irme a casa, lo vi pasar. Bueno, vi parte de su cuerpo por la puerta de cristal de la entrada. No pude evitar observarlo fijamente. La viejita me miró y me dijo, ah, ese es el gigante de la esquina. A veces viene por aquí y se toma un café. Lo pide solo y sin azúcar. Da pena ver como no puede agarrar la taza por su asa.
Aahh, claro, es que el mundo le debe ser taaaan pequeño. Tan ajeno.
No puede evitarlo. Un sentimiento de profunda tristeza se apoderó de mí. Casi sentí que la presencia del gigante estaba todavía detrás de la puerta de cristal donde ahora yo me reflejaba.
Sí, me dijo la viejita, un sábado por la mañana me contó que lo que peor lleva es la soledad, las habitaciones vacías,las horas de los días le quedan enormes. Y que lo que más le gusta es caminar por el bosque para mirar lo que guardan los árboles en sus ramas.

LeDo

No hay comentarios:

Publicar un comentario