lunes, 30 de enero de 2012

¡¡¡Qué cafeterita!!!

(...) Café La Humedad, billar y reunión...
Sábado con trampas... ¡Qué linda función!
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Café La Humedad, billar y reunión...
Sábado con trampas. ¡Qué linda función!
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
(...)

"Café La Humedad"
Tango: Letra y Música Cacho Castaña

jueves, 19 de enero de 2012

Tú y yo y nuestros pelos



Cerca de mi casa hay una peluquería muy digna de este blog.
Tiene tantas aristas "particulares" que hacen de ella un mandala de fuego, un imán para los ojos ávidos de bizarría.
Un cartel naranja flúo presenta con una tipografía redonda, casi infantil, casi pacífica: "Peluquería masculina".
Unos faros de color blanco y rojo giran permanentemente a cada lado de la vidriera. Unos pirulines-falo que tratan de marear y de atraer al paseante. A la vez, estos pirulos giradores, recuerdan malamente esas películas donde hay amores veraniegos en una ciudad balnearia. Un puerto pequeño, chicas con polleras plato y una máquina que expende peluches y un vendedor de pochoclos acaramelados.
Un loro adentro de una jaula (que está enganchada en un poste de luz y entra y sale cumpliendo el horario del comercio) hace de ave vigía y grita, literalmente grita: "¡¡papa!!, ¡¡hola!!, ¡¡papa!!, ¡¡hola!!". Hay silencios entre cada vocablo; pero, desde lejos, se escucha la verde letanía.
Unos banderines marrones y con un calamar blanco estampado (horrible insignia del equipo de fútbol barrial) hondean al lado de los faros.
Del interior del comercio, desde afuera, se ve poco: un espejo de pared a pared, unas sillas típicas de peluquería y una barra.
Y finalmente, el nombre del local: "HORACIO Y ... PEPE" y debajo "Peluquería masculina".
¡¡¿Por qué los puntos suspensivos?!! ¿Un error de escritura o un misterio sin descifrar?
¿Una reverencia de caballeros en duelo?
Horacio un nombre tan adusto, tan de traje, tan de los caldeos y los sumerios, armando un imaginario culto y después ... Pepe. Con todo respeto pero el segundo remite más a lo amiguero, al escondite de un sobrenombre, atemporal, risueño, el tío, el primo, una picada entre compañeros.
En todo caso, si hay un secreto entre Horacio y ... shhhhhh... Pepe, es un secreto a voces, careteado en la vidriera y custodiado por un loro, un calamar y dos pirulines locos.
En todo caso, que el loro, nos cuente de qué se trata o quién le da la papa y a quién le dice hola.

Flor de misteriosa mi... Florida

domingo, 15 de enero de 2012

El amigo invisible


Cuando tenía cuatro años decidí inventarme un amigo invisible. Bueno, tal vez fue él quien decidió meterse en mi cabeza. Mis abuelos dormían la siesta, y yo estaba sola en el balcón, comiendo polvo de Toddy a cucharadas. Hacía calor. Algo me llevó a mirar debajo de una maceta y empezar a hablarle a una pelusa amarilla cuyo color entre verde y fluorescente podría hoy describir con exactitud. No es necesario añadir que la pelusa me contestó y que tomó, en ese instante, la forma de un niño con el cual entablé conversaciones semanas y semanas, todas las siestas que pude. Supongo que habríamos conversado más, pero llovió, y la pelusa amarilla desapareció.
Mi infantil labor de animizar los objetos, de hablarles, y de hablarme, no se detuvo con la llegada de la adolescencia. Por el contrario, creció. Ahora mi amigo era una especie de "novio en potencia" que me acompañaba en diferentes aventuras por el mundo. Algo muy romántico y decimonónico: después de luchar contra enemigos terribles, pasar por situaciones de extremo peligro, estábamos, de golpe, en un prado, a las orillas de un lago (pedazo de locus amoenus) y conversábamos largas horas u observábamos como el mar se devoraba un sol atoronjado. A veces le leía un cuento, sentados en un mausoleo abandonado.
No me da vergüenza confesar que nunca abandoné a mi amigo invisible, y que invento historias divertidas que lo ponen como uno de los personajes principales. A pesar de que su cara no ha cambiado con los años (porque, probablemente, ya no es humana), suelo adjudicarle virtudes ajenas o se lo endilgo a algún distraído. ¿Está mal? ¿Sufro alguna tara? ¿Por qué no puedo yo tener una compañía, que además es fiel y divertida? En el fondo, si ahora no te lo contara, nunca te enterarías.

Estos días de tanto frío color nada me hacen creer que me lo voy a encontrar por la calle, o que va a aparecerse en casa, pero tal vez aquí no, sino en mi próxima aventura, cuando haga calor y no me quede más remedio que hacerme un rodete, o usar el abanico de lunares rojos.

Lelia

jueves, 12 de enero de 2012

El anti regreso de los Cavallos vivos


A 10 años del 2001 argentino esta foto encontrada por sugerencia de otro blog amigo.
El anti regreso de los Domingo Cavallo (Ministro de Eco); el anti regreso de los muertos vivos; el anti retorno de los zombies. Humor negro.
Flor para no olvidar

lunes, 2 de enero de 2012

Un caballito de mar



Esta es la tercera o la segunda vez que llueve para fin de año. Según mi vecina, la del tercero C, el agua siempre es un buen augurio, es como lo de la suerte y las novias que se casan cuando llueve. Pero a mí me suena a premio consuelo, porque se les moja el vestido. Mejor es lo que decía mi Tía Pura cuando tomábamos mate en el jardín en esas tardes: "Llueve y sale el sol, se casa una vieja".

Este año no llovió demasiado, aunque lo suficiente para que me resbalase por la calle o para que no pudiera dejarme el pelo suelto después de lavármelo por miedo a quedar como un Michael Jackson a los nueve años.

Llegábamos tarde a la cena, eran casi las once, un coche y una ruta oscura. Robert Mitchum cantaba en la radio y las gotitas se pegaban al vidrio. Pabla las combatía con el parabrisas, y yo sentía que la lluvia olía a alga.

-Imposible, porque aquí no hay mar.

Y sí, las botitas que llevaba no eran para una noche de lluvia y me patiné varias veces por la calle de la Rosa hasta llegar a la casa de Beni. Cuando abrí la puerta, Antonia estaba bailando una de Massiel con una copa de cristal en la mano. Adentro, un poco dormido, flotaba un anillo de oro... Anto la zarandeaba para todos lados y el champagne caía sobre el piso haciendo un ruido que me hacía acordar a los jueguitos de agua de mi infancia. Yo tenía uno que apretabas dos botones naranjas para meter una bolita en una cesta de básquet.

-¡Pero todavía no son las doce!
-¿No? Pues para mí siempre son las doce.
-¿Como la Cenicienta?

Siempre pensé que los zapatitos de cristal deben ser muy incómodos.

Llovía, pero salimos igual. Éramos un grupo numeroso y variopinto, y por eso enseguida nos dispersamos. Antonia y yo terminamos en un bar a un par de calles de lo de Beni. Una señora muy bajita me puso un gorro de payaso en la cabeza y me dijo que me quedaba precioso. Era dorado, medio metalizado.

Como a Cenicienta, seré repetitiva, pero a mí también me quedaban incómodas las botas, por eso volvimos a la casa. Eran las cinco o las seis, hora de apagarse. Me descalcé y me metí en una de las camas. Antonia ya dormía, panza arriba y son los anteojos puestos. Roncó y roncó, y me pateó, y su móvil sonó sin para hasta las diez de la mañana. Que si eran los peludos que lo llamaban para felicitarle el año, que si Beni desde la discoteca para contarle del marroquí que le daba charla...

Salí de la cama a eso de las diez. Hacía frío y ni Beni ni ninguno de los invitados que pernoctarían en la casa habían llegado. Decidí buscar una actividad con el fin de no helarme y de evitar los ronquidos, que crecían junto con la luz que entraba por la ventana. Lo mejor era lavar los platos. Había muchos. Eso me mantendría activa, al menos, por más de media hora. Llené la pileta de agua y de detergente, y la cocina se volvió un océano. Entre las copas que me esperaban sobre la mesa estaba la de Antonia. El anillo había sobrevivido y dormía en el fondo, el muy payaso, como un caballito de mar.

Lelia Oura