domingo, 12 de junio de 2011

Cerdo agridulce


Hoy caminaba por la calle cuando me acordé que hace unos años iba caminando por otra calle y me encontré con un ex-novio. Y no un ex cualquiera; el primero de los ex, con todo lo que eso conlleva, allá por la adolescencia más adolecida. La verdad es que la experiencia (la primera), a pesar de ser en un principio divertida y tierna, no había redundado de modo muy positivo. El muy cerdo me había dejado por otra sin siquiera comunicármelo. Jamás me volvió a llamar y yo, por dignidad (soy muy orgullosita), tampoco lo hice.
Y sí, dolida me sentía. Era mi primera aventura amorosa (volvamos con el Arcipreste), y encima fallida.
Una noche de invierno volvía en el auto con mi familia. Mi hermana y yo chupábamos un Pico Dulce. Veníamos de cenar de lo de mi tío, cuando lo vi caminando solo por una calle desértica. Fue igual que en los sueños. Recuerdo que bajé la ventanilla y quise gritar su nombre, pero no me salió la voz. Solo pude tirar el palito del Pico Dulce. Llegué a casa y en la radio estaban pasando una canción de Cinderella. Lloré con la luz apagada y me fui a dormir. También recuerdo que mi mamá, cuando íbamos en el coche, me vio bajando la ventanilla y, siempre suspicaz, me preguntó si conocía al transeúnte:

-Qué feo. Tiene patitas de chancho.

A mí me parecía hermoso, y durante muchos años soñé con volver a verlo.

Pero tuvieron que pasar más de quince para que me lo encontrara una tarde por la calle. Una tarde de frío, muy oscura, en la que iba apurada ajustando las últimas tareas de mi lista antes de la partida. Se quedó mirando para mí. Pronunció mi nombre y me dijo:

-Estás igual.

Tardé en reconocerlo. Un gordo bajito y calvo me hablaba debajo de un sobretodo color negro, mientras el viento se interponía entre nosotros. El frío le dejaba los cachetes rosados como los de un cerdito. Terminamos tomándonos un café en el primer bar de esa calle. Hablamos de todo un poco y convenimos reencontrarnos ese fin de semana, a pesar de que ambos estábamos, de algún modo, comprometidos. Una salida amistosa, nada más.
Y así fue. Solo que ni un solo segundo de ese reencuentro fue "amistoso", y tuve que soportar una cena de propuestas XXX, al mismo tiempo en el que observaba cómo los deditos de este ex entraban en lugares tales como las fosas nasales, conductos auditivos o cavidad bucal. Así, sin más, hasta que se acabó felizmente la comida en los platos y su monólogo libidinoso.
Me dejó en la puerta de casa y ni siquiera se bajó del taxi. Claro, su plan chancho no había funcionado.
Cuando llegué a casa encendí la radio, pero, lamentablemente, ya no pasan canciones de Cinderella. Así que no pude revolver mis sentimientos perdidos. Pensé en poner el CD, pero era tarde y los vecinos podían quejarse.
Hoy iba caminando por la calle y me acordé de otras calles. Paré en un semáforo que está justo en la esquina de un restaurant pequeñito que tiene la carta pegada en la vidriera. Nunca la había leído. Uno de los platos estrella de la casa era el cerdo agridulce.

Douríssima

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