jueves, 26 de mayo de 2011

Punto de vista


Últimamente se me hace imposible manejar el tiempo. No se si llamaría a esta etapa "la de perder el tiempo", más bien sería "la de perderme en el tiempo". Y no es que se me haya dado por mirar la tele, pintarme las uñas o apretarme granitos. Nada de eso. Mi pérdida de tiempo consiste en sentarme en una silla y mirar por la ventana, para ser más precisos, mirar un arbusto. A eso de las siete, cuando están de vuelta todos los pajaritos.
Si uno se descuida, parece que todo está en calma, que no hay nada allí, pero basta poner algo de atención y zas, empiezan a saltar de un lado a otro. A apretujarse. Y el arbusto se zarandea y dibuja mil formas, como si le hicieran cosquillas. Entiéndase que mi postura no es nada cómoda, que la silla es dura, de madera, y que cuando llego por las tardes a casa, hasta me quedo con el bolso colgado al hombro esperándolos.
Ahora que Ramón trabaja con su mujer en la huerta y otros vecinos empiezan a copiarlo, me pregunto qué pensarán cuando me ven sentada mirando por la ventana. Debo quedarme tan quieta que, a lo mejor, no me perciben. Como un tigre cuando caza. Como un camaleón en una piedra.
A veces entra S a mi habitación, a preguntarme si voy a ir al súper con ella, o dónde está la azucarera. Me mira con sus grandes ojos de susto y yo no sé cómo explicarle que estoy esperando que el arbusto se mueva. Que se caiga hacia un lado, o que asome su pico el pájaro azul.

Lellia

miércoles, 25 de mayo de 2011

Pogo en un remis

Cae el sol y regresamos a casa en un remise desde un barrio lejano. Fue difícil encontrar uno por dos motivos: la lluvia y el atardecer de un día no laborable. Sin embargo, lo logramos.
El viaje durará aproximadamente 25 minutos y es por la autopista. Con el remisero a cargo no hay diálogo hasta el momento. Viajamos en silencio.
Las ventanillas del auto están polarizadas y el auto es de un azul eléctrico con unas llamaradas autoadhesivas pegadas en el vidrio de atrás.
La radio suena pero no la escucho.
Medio silencio hasta que llega el pase a un nuevo programa radial y un locutor anuncia que va a "terminar este día a pura euforia". Ahí nomás sale el tema "Ultraviolento" de Los Violadores.
¡Oh!! Mítica banda. Querida banda, una de mis favoritas cuando adolescente.
Hace años que no los escucho. Despacio lo canto en tiempo de canción de cuna. Despacio, el remisero, lo canta en tiempo de canción de cuna hasta que dispara: Yo soy de la época de esta banda. Le digo que yo también. Me dice que los fue a ver. Le digo que yo no pero que tengo (tenía dado que eran cassettes) todos los discos.
El remisero se pone a cantar en voz alta mientras sigue manejando. Me sumo, en voz alta y vamos cantando.
Parece que somos viejos amigotes, que volvemos de una quinta después de un asado en día patrio pero no es así. Es el poder del tema, de la música que nos hermana.
LLegamos a destino. Bajamos, pagamos, el tema terminó.
Con el remisero nos despedimos con empatía y una afirmación musical "nos quieren transformar, no lo lograrán, no, no lo lograrán".

Flor de tachas en la campera...

jueves, 19 de mayo de 2011

El olor nauseabundo del fútbol


Haciendo zapping me encontré con dos viejos periodistas deportivos. Hablaban de la derrota de River en el superclásico. Julio Ricardo (su nombre bien vale una entrada bizarra) dijo: "es el olor nauseabundo del descenso". Araujo, el otro, repitió la frase un poco después.
Sin embargo, fue Julio Ricardo el que la mandó al público como una bombita de olor. Hagan algo con esto, muchachos, les tiro un poema, estoy desolado.
Julio Ricardo con su rostro serio, adusto, como pisando descalzo la misma mierda. Tan magnánimo como Julio César. Tan bizarro como Julio Iglesias cayendo en el escenario, después de enredarse en un vestido de las Trillizas de Oro. Tan literario como Julio Cortázar y una rayuela que va del Cielo al Pozo Ciego. Por ende, algo huele mal en el Estadio de Dinamarca.
Julio Ricardo y un "mierda, carajo" más galante, más de la poesía caballeresca.
Tan fabulosa esta frase que del fútbol nos vamos a Dante y su descenso a los infiernos....
A nuestro querido y nauseabundo Riachuelo, en el barrio de La Boca, tierra de los ganadores y a la pútrida María Julia, desnuda entre pieles, diciendo que iba a sanear las aguas. ..
A pensar en La Bombonera y en los bombones negros de "Circe" de Cortázar...
A pensar en una Alicia que juega al fútbol, le va mal y va a parar a las cloacas y no es un sueño.
Un olor muy bajo, identificado por vez primera.
Julio Ricardo, EL señor nariz de las nauseabundas gambetas.

Flor de los Buenos Aires

martes, 17 de mayo de 2011

B829, V415 Pedr' Eanes Solaz

Eu velida non dormia
lelia doura
e meu amigo venia
ed oi lelia doura

Non dormia e cuidava
lelia doura
e meu amigo chegava
ed oi lelia doura

O meu amigo venia
lelia doura
e d' amor tan ben dizia
ed oi lelia doura

O meu amigo chegava
lelia doura
e d' amor tan ben cantava
ed oi lelia doura

Muito desejei, amigo,
lelia doura
que vos tevesse comigo
ed oi lelia doura

Muito desejei, amado,
lelia doura
que vos tevess' a meu lado
ed oi lelia doura

Leli, leli, par Deus, leli
lelia doura
ben sei eu quen non diz leli
ed oi lelia doura

Ben sei eu quen non diz leli,
lelia doura
demo x' é quen non diz lelia,
ed oi lelia doura

Fenomenológico


Es raro. Porque el cielo está celeste, cantan los pajaritos y no sé qué tipo de bicho también hace ruido. Pero está tronando. Y fuerte. Hace más de veinte minutos. Saco la cabeza por la ventana y veo que mi vecina también mira al cielo. No nos decimos nada. Es raro. No llueve.

Vuelvo con A por la calle ayer y le digo:
-¿Qué hacés para estar contento?
-Pienso en una tía abuela que nunca conocí, pero que cuenta mi madre que llevó una vida de soledad y miseria material y espiritual hasta que se la comió un león.
-Te burlás de mí. Te lo digo en serio. Estoy triste.
-Era mujer barbuda de un circo.
Miro a A.
-Parece que encima la pobre no era hirsuta ni nada de eso, pero lo de la mujer barbuda se llevaba en los cuarenta. Y se metió en este circo que llevaban los gitanos. Se llamaba Lina.
Miro a A. Pienso en los domingos, cuando no tengo ganas de salir a la calle. A veces, de no hablar, me quedo ronca.
-Dice mi madre que le fascinaban las cremas y los esmaltes de uñas. Era muy coqueta y el camioncito donde vivía estaba lleno de polveras y barras de labios color rojo. Nunca se enamoraron de ella, a pesar de que tenía una voz muy dulce y unas pestañas largas. Bueno, eso dice mi madre.
Miro a A y me despido porque llegamos a la puerta de su casa.
Tengo ganas de llorar, pero no lo hago porque A no entendería y yo no podría contarle mi vida en las tres calles que solemos caminar juntos tres días por semana, cuando la clase acaba.
Mientras subo las escaleras, hasta llegar al segundo piso, me imagino a Lina mirándose en un pedacito de espejo que cuelga, atado con un piolín. A no me dijo como es eso de que la comió un león, pero puedo imaginarlo. Los truenos están cada vez más cerca.

Lelia Doura

martes, 10 de mayo de 2011

La foto que habla


Cuesta abajo hay un puesto de diarios en una esquina. ¿Cuántos hay como ese? Miles de miles en los 100 barrios porteños y en sus barrios aledaños. Sin embargo: ¿dónde encontraremos un puesto de diarios que tenga al lado un poste de luz, que tenga un clavo en el poste y de donde cuelgue una foto, una misteriosa, muuuuy misteriosa foto?
La imagen tiene un tamaño considerable, está protegida por un vidrio delgado y parece haber sido sacada en los 70 por los colores, por la vestimenta de los dos protagonistas, por sus peinados y la luz entera. Son dos hombres jóvenes, con camisas de la época, jeans Oxford, descalzos, pelos medio sueltos, medio largos. Están parados en unas piedras, el sol parece mediodía, está lleno de verde en los costados. Parece Córdoba. Son sierras. Verde, verde, verde y la nada. Y ellos dos sonriendo a la cámara. Uno pone el pie sobre la piedra, el otro está más atrás y tiene las manos en la cintura. Hay algo triste como de acompañamiento roto y hay mucho de sorpresa para los que pasamos. De repente, zas, la foto con los desconocidos ahí, antes de cruzar la calle.
El diarero es quien pone la foto en el poste, a eso de las 7.30 de la mañana. Lo vi hacerlo varias veces. A las 15.40 la foto no está, el puesto está cerrado. Las velitas se consumieron en la parroquia de la vuelta.
Esa imagen tiene su mensaje encriptado. La libertad de un viaje de juventud con amigos que fueron naturaleza y fueron salvajes. El ocio sin tiempo, lo que se aquieta en algún punto de nuestro mapa para ser piedra de toque. Refugio para regresar y ver nuestra verdadera cara cuando estamos lejos, lejos de nuestra "Córdoba".
Flor de serenata

domingo, 1 de mayo de 2011

A la maravilla


Les aseguro que no duele. Yo no sentí nada. Lo presentía desde hace años, más precisamente, desde los catorce. Siempre me miraba ese omóplato en el espejo o girándome como las lechuzas. Así porque sí. A fin de cuentas, mi lado izquierdo es mi mitad maldita. Es mi ojo miope, mi lado migrañoso, el de más lunares en los dedos. No sé muy bien cuándo salió, si fue de noche o de día. El señor B la vio hace más de cinco años una tarde en casa, mientras mirábamos la tele. ¿Qué tenés ahí? No sé.
Este invierno hizo mucho frío, por eso no tuve que destapar mi omóplato. Pero dentro de poco llegarán las tardes tibias.
Como les decía, no sentí ningún dolor. Simplemente creció. Un ala. Sí, una ala. No vayan a creer que se parece a la de los ángeles (que pueden ser, además, según la tradición de la que provengan, grandes o chiquitas, blancas o celeste-amarillentas, y emplumadas). No. Más bien se parece al ala de un pollito bebé. O a la de un gorrión que acaba de romper el cascarón. Es chiquita y medio redonda.
Al principio me daba miedo ponerme cosas pesadas encima, como un abrigo, el asa del bolso; también dormir de ese lado en la cama. Pensaba que se iba a aplastar y que quedaría arruinada. Después me relajé, en el fondo no me sirve para volar. También me acobardaba el qué dirán. Una tipa con alita de gorrión. Y sin plumas.
Un día me acordé de los hijos de Melusina y lo entendí todo. Melusina tuvo una cantidad ingente de hijos. Uno por año. Todos guerreros y cruzados. Sanos, fuertes, bellos, héroes. Pero todos, como ella, portaban alguna monstruosidad, una maravilla que los hacía únicos: una oreja más grande que la otra, una pata de león en la mejilla, un diente enorme, tres ojos. No era raro lo de mi alita. Además, las alas de Melusina eran el arma más poderosa. Con ellas, la pobrecita escapa o llegaba dónde quería.
Ahora espero que llegue el sol para pasearla por el Pedroso. Me pregunto, si me cruzara con el gigante de la esquina, cómo la vería él.

Lelia Doura