martes, 30 de noviembre de 2010

Picadora de cerebro


Día fatal. Ruido todo el día. La gente de Aysa estuvo rompiendo la calle en donde vivo para colocar unos tubos inmensos. Cavaron y picaron severo pero todavía falta más: el agujero que hicieron es como para un bafle de 24 cm y tienen que hundir ahí las piernas de varios gigantes. Por esta razón, el tránsito está cortado.
A la noche, la vecinita cumplía años y vinieron sus amigos. Varones: a jugar a la pelota en plena calle como antaño y "pasala" y "un toque" y "golazo". Nenas: a cantar y bailar, disfrazadas de princesas, en la puerta de mi casa, un reguetón en tono balada. Aproximadamente siete años de edad y "tú me dejaste caer pero ella me levantó" con una varita mágica en la mano. Son once los pibes. Perdón: ¿nadie va al colegio mañana? Digo, son las diez y media de la noche... Ruido- parte dos.
Miro por la ventana y veo: princesas varias, messis truchos, la luz de mi puerta saltada por un pelotazo, la calle hecha polvo -literalmente-, los tubos esperando, un perro que ladra sin parar y la vecina que se acerca con la torta para que soplen todos, en el medio de la calle. A los gritos como en una pancarta ¡¡ feliz cumpleaños!!
Serenella

Los astros dicen


Serenella me dice: escribí. Y yo obedezco, porque hace años que Serenella hace lo que quiere de mí. Le digo: no sé, ¿me das un mate? Y entonces vuelvo convencida en el 60 de que, aunque sin cálamo, tal vez sea lo mejor escribir. Serenella manda y yo hago caso.
El día que llegué al pueblo traía un solero de verano, porque cuando salí de M. hacía mucho calor, y además arrastraba una valija enorme, un bolso de mano con libros y algo más. Ocho o diez horas después, Antonia Maravilla me estaba esperando en la estación. Che, qué frío, le dije, y nos abrazamos y la valija se cayó haciendo un ruido tan espantoso que hasta el señor de la boletería asomó la cabeza por el agujerito por donde te pasa los pasajes.
Lo más probable es que mañana llueva y vaya a tomarme un café a lo de los viejitos, que es donde todavía quedan enanos de Blancanieves como decoración, además de posters que regalaba la oficina de turismo hace por los menos treinta años. Tienen perros y dos hijos los viejitos. Cuando vivía del otro lado iba al Derby, pero ahora me queda lejos. Extraño su chocolate con churros. Pero los viejitos son otras cosa, definitivamente. Otro día les cuento de ellos.
Después me dormiré en mi mundo de la sala 102. EL día que no exista, la voy a extrañar.
Soy Lelia Doura. Tengo varias obsesiones: los siglos pasados, los copistas, el heavy metal y los castillos. Bueno, y muchas más. También sé lo que va a pasar. Siempre. Les juro que hasta ahora nunca me equivoqué. Por eso siempre obedezco a Serenella. Así, por un momento siento que alguien puede manejar mi destino.

Lelia Doura

Un truhán pero con dinero verdadero


Corría la Semana Santa de 2003 y habíamos comprado un paquete turístico con destino a Mardel que incluía "pases free" para almorzar o cenar en un bodegón, cercano al hotel. Una noche decidimos cenar ahí. Era sábado y eso trajo aparejado que el lugar recibiera a sus clientes con un menú especial (tres opciones en lugar de una) y música en vivo. Todas las variantes gastronómicas incluían papas: papas fritas - puré - papas a la española. En fin. Mientras comíamos papas apareció él.
Tendría unos 40 años, hacía temas de El Puma Rodríguez, Luis Miguel, Julio Iglesias y Paz Martinez sobre una pista de teclados ochentosos. Dos luces de colores, inventadas con papel celofán verde y amarillo, daban destellos particulares sobre su pantalón y saco de un blanco impecable. Llevaba un cinturón ancho con tremendas iniciales y una loca corbata negra, con la cabeza de un equino en un gris plateado.
Micrófono en mano iba por las mesas haciendo gestos clásicos del cantante romántico y sonriendo con descaro. A pedido del público hizo nuevamente "Soy un truhán, soy un señor" de Julio Iglesias y se despidió.
Minutos después, el truhán- señor, pasaba por las mesas con una canasta para pan, de plástico verde, que usaba como recipiente para que los clientes depositaran algo de dinero como canje por su chantaje musical. Una vez terminada esta recolección, el brioso intérprete se puso a contar los billetes obtenidos delante de todos. Lo hacía chequeando debidamente que no fueran falsos; por ende, levantaba cada uno a la altura de sus ojos, lo examinaba y si era bueno lo guardaba. Todos podíamos ver su testeo. A todos parecía decir: soy un truhán de ficción pero quiero dinero verdadero.
Serenella en la nueva era

lunes, 29 de noviembre de 2010

Acción denominada Tofu III


Los orientales que dominan la zona denominada Alabama, ese territorio húmedo y de olores envolventes, han salido por el fin de semana. Dicen que han escapado a Mar del Plata, que sueñan con una fotografía con los lobos marinos. Mientras, en su ausencia, un cartel pegado en la puerta del mítico lugar es el único testigo del vacío.
El cartel es traducido -especialmente para nosotros- por el Gran Ming. Se confirma que los chinos están en La Feliz, que han soñado con ese viaje por meses de meses. Inmediatamente, la acción denominada Tofu III se pone en marcha. Ya fallamos dos veces pero en Occidente se dice que la tercera es. La vencida.
La Descalza y el Gran Ming se las ingeniarán para romper la claraboya del techo. Para esta operación, subirán con una docena de ladrillos refractarios que irán tirando, uno por uno y en total sigilo, hasta romper la ventana. Con el objetivo de tapar los ruidos que provocarán los ladrillos cayendo como bombas de gas metano, El Alerón, El Muro y Chiki armarán una espontánea trifulca en la vereda del local. Argumentarán que se dejaron olvidada una campera inflable, al estilo Top Gun, en el recinto y que no pueden conseguirla. Nadie escuchará este reclamo puesto que los orientales no estarán allí y quien los observe no entenderá nada. Esa es la idea.
Una vez dentro del local, La Descalza y el Gran Ming descenderán hasta el sótano y pintarán con aerosoles la siguiente leyenda en todas las mesas de ping pong: ¡SE VA A ACABAR!, ¡SE VA A ACABAR EL TOFU!
Una vez conseguido el horizonte de referencia, la pareja se retirará por donde vino pero con la inconmensurable ayuda de El Dragón quien estará en las alturas con una cuerda prometedora que actuará de ayudante para que los chicos subterráneos se den a la fuga.
En la parrilla de la esquina se encontrará todo el grupo. Pedirán un asado de tira para alimentar a un malón y brindarán con moscatel de la casa.
Si todo sale bien, si la operación es tremenda, seguirán con la operación bautizada "Flautista de Hamelin". ¡Hasta la victoria, siempre!

Serenella

El loco


Promediando el sábado, y cuando el sol ya era apenas un vago recuerdo que borroneaba la línea del horizonte, el cielo lanzó un rugido estremecedor. Una torre de agua se abalanzó sobre nosotros con furia, recordándonos cuán inmensa era nuestra pequeñez. Era el desastre. El terror se hizo carne entre la multitud y el bufón miraba al cielo implorando una ayuda divina. Fue entonces cuando se produjo el milagro: como un fantasma venido del más allá emergió la figura del hombre entre las aguas. Aquel que todos conocían, protagonista de tantas hazañas relatadas, enfrentó con coraje al demonio de nuestra frustración. Lo pateó con su alado pie izquierdo, haciendo estallar la maldición en mil pedazos, convertidos ahora en miles de gritos de júbilo. El gladiador corrió un camino interminable con el rostro y los brazos en alto, agradeciendo a los dioses la bendición. Era el elegido, el salvador. El bufón festejaba tirándose de panza contra un charco. Todos lo abrazaban formando un altar a su alrededor y ví cómo su cara emocionada se elevaba en el centro de la pirámide humana y sus lágrimas se mezclaban con la lluvia.

El Muro

Empanadita de la fortuna

Desde hace meses me especializo en la elaboración artesanal de empanaditas chinas que llevo a domicilio. Logro prepararlas tal cual las venden en Alabama pero la gran diferencia es que quienes compran las de carne, me confesaron que le ponen en la superficie un toque de chimichurri. No me explico por qué hacen esto. Supongo que como saben que la manufactura es nacional, se les viene el gesto patriótico casi, la imitación de la tradición gaucha. Matsuo Pallo, el maestro, es uno de esos y mi más asiduo cliente.
El pasado viernes me dirigí a su depto de La Paternal con una bandejita que soportaba el peso de una docena y media de empanaditas chinas. Me agradeció el pedido como si fuera un regalo. Me convidó un té de jazmín que yo acepté gustosamente y mientras él las guardaba en la heladera, yo me adelanté al balcón terraza que se me presentaba a los ojos como un verdadero jardín zen. Cuencos con agua en movimiento, plantas de distintas texturas, piedras platillo y jazmines varios se conjugaban en un silencio atrapante. Intuí que el té que estaba tomando era extraído de sus propias macetas y me pareció una experiencia única. Esto duró poco porque descubrí a su gato siamés orinando en una maceta con la placidez de un monje.
Matsuo Pallo apareció detrás mío y dijo algo chistoso sobre el jardín de infantes que se vislumbraba debajo. Un grupo de chicos con delantales naranjas hacían una ronda y cantaban algo sobre un pescador. Entonces, el maestro estiró su dedo índice como una vara y llevó mi mirada hacia dos nenes. Ellos jugaban al ping pong con unas paletitas casi diminutas. Uno era mejor que el otro pero parecían divertirse por igual. Matsuo sentenció: Lo pequeño es un reflejo de lo divino.
Yo me quedé un poco perpleja pero me sentí afortunada de estar a su lado. De inmediato, esa frase me recordó su fanatismo por las empanaditas chinas.

Serenella

El maestro


Después del episodio del ratón muerto una angustia difusa se apoderó durante semanas de mi corazón. Fue entonces que decidí visitar a Matsuo Pallo en busca de consejo. La sola decisión mudó algo en mi espíritu. La noche previa a la visita soñé con un Juego Perfecto ante un rival gigante y desconocido. El partido era largo y resultaba imposible determinar quién ganaría, pero yo sabía que la clave de mi juego era no pensar en ello y moverme con soltura, despreocupación y alegría.
El maestro Matsuo Pallo vive en un monoambiente de la Paternal. Es un quinto piso por escalera (sin expensas) con balcón terraza a contrafrente. Allí nos sentamos cuando llegué, en sendas reposeras, pero Matsuo enseguida me pidió que bajara al maxikiosco de la esquina a buscar cigarrillos y un cartón de Toto Bingo. Cumplí el encargo y después sí nos acomodamos en el balcón, que da al patio de un jardín de infantes. “Vista a jardines”, dijo el maestro, y empezó a reírse sin parar, a carcajadas. Le dio un acceso de tos y tuve que palmearle la espalda para que no se ahogara. Cuando se le pasó, me miró directo a los ojos y dijo: “Morir riendo o vivir llorando. ¡Elija!”. Yo tartamudeé. El meneó la cabeza y murmuró: “Vaya a comprar unas cervezas, haga el favor”.
No me atreví a pedirle envases. Bajé por segunda vez. Cuando volví, Matsuo se estaba cortando las uñas de los pies. También había preparado los vasos, un platito de mortadela y otro de maní con cáscara. Bebimos en silencio mirando el cielo azul. Las nubes, muy pequeñas, se desplazaban a gran velocidad. Desde el patio subían las voces de los chicos jugando. El maestro dijo: “Todo lo que se mueve parece querer llegar alguna parte. Páseme el maní”.
Tras el segundo vaso de alcohol sentí que mis tensiones se aflojaban, y le a hablé a Matsuo de mi angustia, y de mi sueño de la noche anterior. Él bebió cinco o seis sorbos casi sin respirar, elevó el vaso vacío a la altura de su rostro y se lo quedó mirando. Después dijo: “Yo anoche soñé que me mudaba al baño y me comía un pollo al spiedo”. Luego se paró, entró al departamento y volvió a salir con una pelotita de ping pong. Tomó el encendedor y acercó la llama a la pelotita. ¡FSST!, se escuchó. En menos de un segundo la pelotita había desaparecido por completo. Quedaba nada. El maestro sonrió. “La próxima vez que venga tráigame la quinta temporada de Lost”, dijo. Entendí que con eso daba por terminada mi visita, y le prometí que así lo haría. Bajé los cinco pisos y salí a la calle extrañamente renovado, contento, ligero como un barrilete taiwanés.

Alerón

Mi nombre es Alabama


Así. A secas. Una palabra y punto, ubicada en el centro del amplio cartel que promociona al mítico sótano donde juegan al pong hombres y animales.
¿Qué no tiene nada de extraño? Bien, ¿y si decimos que con el tiempo han desaparecido otros vocablos que estaban ahí pintados?
Antiguamente (no tanto como en las épocas del Rey Ming pero sí hace años) el cartel decía esto: Salón ALABAMA - Bebidas - Pizzas - Postres - Picadas - Mesas de ping-pong y ahora sólo se lee: ALABAMA. Como vestigios de esas borraduras hoy se ven unos blancos -medio sucios- de pintura que cubren con exito un pasado de ofertas comerciales.
Para un argentino la conclusión sería más o menos rápida: claro, los sabuesos de la dgi pueden estar rastreando algo más que el perfume ácido de una ratita muerta.
Sí, es una teoría aceptable pero también es posible que los chinos -quienes manejan el lugar- nos estén dando un mensaje cifrado. Como por ejemplo: una contraseña para visitantes selectos; una indiferencia total y absoluta hacia el idioma español; un recordatorio macabro de los hombres que perdieron su brazo en apuestas de bajo fondo o algo más serio: todo tiende a desaparecer. Así como la espuma de una cerveza se acaba en los labios de un jugador entrenado, nuestros nombres -queridos lectores- también serán borrados.

Serenella

Carta franca

El mismo grupo pinponero de siempre se dirige con sigilo al mítico lugar.
Es un martes a la noche y los jazmines del aire empiezan a abrirse tímidos en los patios de las casas vecinas.
El grupo llega al sótano maloliente y para esa altura (y por suerte) como para equiparar, los jazmines están lo más abiertos que pueden para ser 2 de septiembre.
Hay luces en el fondo del local pero la puerta está cerrada.
No hay carteles con horarios. Ni mensaje de "Ya vuelvo".
Tocan el timbre. Nada. Tocan el timbre. Nada.
El grupo se disipa. Se pierde en la ciudad como si nunca se hubiera unido.
La pregunta es: ¿por qué los martes no?, ¿abren?
Zoom adentro.
La luz en el fondo ilumina una pequeña cocina donde dos chinas con pantuflas de colores brillantes leen diarios locales. Beben té de jazmín en tacitas de porcelana mientras un chino más grande pinta con acuarelas en una camisa de cuello Mao.
Un gato blanco de nombre Motoharu corre entre las patas de una mesa, ve algo y sale pitando para la puerta. Vuelve y se para en dos patas. El chino más grande, lo mira, le sonríe y sigue pintando. Las mujeres ni se inmutan. A todo esto, el té comienza a enfriarse.

Serenella

El vivero del dragón

Entre la espesura percibí al dragón. Sus ojos brillaron como dos soles entre las ramas. Tenía largos rizos que crecían para todos lados. Tenía una sonrisa amable. Me invitó a pasar y nos sentamos en el suelo. Había unas monedas que no se por qué parecían recién desparramadas. El Dragón sostenía entre sus manos un robusto libro de tapas negras y hojas amarillentas. Me dijo si quería preguntarle algo, dije que sí, hice la pregunta, tiré las monedas y el libro dió su veredicto: sostener la perseverencia, permanecer en la inocencia.
Tomamos té con ron, miramos el horizonte: vimos una mujer bailando sola. Ella no lo sabía, pero era una presencia grata para El Dragón. Una imagen fantasmal que acompañaba sus días. Ella no podía verlo entre la espesura. El Dragón vivía oculto entre selvas de humo, sentado frente a su mesa roja cubierta con plantas y pilas de libros.
Así, desde su torre, veía al Dragón que oteaba el horizonte con un brillo en sus ojos.

El Muro

Whisky, canción y trompadas

La mano se mueve. Demanda como para un saque de ping-pong pero la pelota que rueda es otra: Moza, otro whisky. Una china de rodete afrutillado se va de la circunferencia que proviene de una inmensa luna de papel plateado.
En el sótano, una voz masculina y meliflua canta un: "oh, luna de Alabama, es tiempo de decirte adiós; es tiempo de aprender a jugar".
Detrás del sillón de cuerina, una inútil jugadora sin corpiño con pollerín de tul verde loro lucha con El Dragón por la moneda sagrada. El Dragón ha traído el Libro del I-Ching al salón, lo ha comprado en un rezago junto con un cuenco de cerámica.
El rubio cantante de ojos rasgados se acerca y como una rata ladrona, bebe mi bebida recién llegada. Antes de hacerlo entona: "¡este es un gran whisky bar!". El Muro deja caer su vaso de cerveza en la mesa y sin protocolo de juego, lo toma del brazo. Todo aquel que creía en la paz de las palomas pasa inmediatamente a creer en la voracidad de estas aves. Los otros jugadores huyen en bandada mientras la luna pierde su rol y pasa a ser una cartulina gastada. Whisky, canción y trompadas.
El artista queda liso y rojo como una paleta; mientras, una cinta comprada en un "Todo x 2 Pesos" desnuda el playback con el que se teñía el cantante. La música sigue sola; la voz canta como un fantasma: "Te avisé que morirías". El Dragón, que ha ganado la moneda, lee el hexagrama en el Libro: "Te dije que morirías". El Muro y yo nos vamos a casa.

Serenella

De cotorras y palomas

Raqueta en mano, le comenté a Chiki mis observaciones sobre pájaros. Cierta mañana, caminando hacia la estación de tren para ir al trabajo, contemplé un grupo mixto de torcazas y cotorras. Estaban junto a un árbol, un ligustro más precisamente, comiendo unos frutitos morados símil uvitas que habían caído al suelo. Cuando pasé al lado de este heterogéneo grupo avícola las aguas se abrieron como si Moisés se hubiera hecho presente entre la muchedumbre. Las cotorras se alzaron en vuelo, las torcazas no. Unas migraron tumultosamente como si hubieran visto acercarse al Lobo recién levantado y de mal humor, las otras siguieron comiendo como si Caperucita pasara saludando y saltando con el arco iris de fondo. Chiki oteaba indiferente el horizonte. Le dije que me llamaba la atención la forma en que las cotorras se llevaban las uvitas a la boca con las garras de las patas. La forma de girar el cuello. No eran los típicos movimientos nerviosos de los pájaros. Había algo de mamífero, algo de simio en el estilo de deglución. Entonces vislumbré una secreta conexión entre monos y cotorras. Chiki entrecerró los ojos y como un oráculo sentenció: al fin y al cabo venimos de la cotorra.

El Muro

Meditaciones sobre una frutilla

Les dije a Chiki y al Alereta que todo empezó con la palabra frutilla: ¡Frutita!
Esta súbita iluminación mientras caminaba por las calles de la ciudad dió pie a una cadena infinita de palabras en igual situación. Llegué a obsesionarme. Algunas personas a las que les comenté mi hallazgo fueron contagiadas, cayendo víctimas de esta tortura psicoetimológica. Chiki dibujó una media sonrisa, me miró con ojos brillantes y, mientras aplastaba el cigarrillo contra el cenicero, agregó: hay gente que moja la colilla. El Alerón, llevándose el café a los labios, le retrucó: a mí me gusta tomar del pocillo.
El sol se escondía tras las vías y las sombrillas del bar se cerraban en torno nuestro. Nos fuimos los tres caminando sobre el viaducto con las manos en los bolsillos.

El Muro

Algo huele mal en Alabama


La oscura, húmeda y silenciosa geografía de Alabama, este sábado, apenas matizada por el runrún de tres mujeres chinas. La madre y sus dos hijas, una vestida de blanco, la otra de rojo, ambas con un calzado difícil de definir, aledaño a la pantufla. Es la hora de la cena y las cazuelas humean sobre la mesa redonda, justo a un lado de la escalera que conduce a nuestros dominios. El Muro y yo intercambiamos breves y corteses fonemas con las mujeres y luego iniciamos el Descenso. Enseguida, algo golpea con violencia nuestro olfato. No se trata de alguna exótica especia asiática. Es un olor que repele. Un olor que le pide a la nariz que distribuya un mensaje urgente al resto del cuerpo: “Huye mientras puedas, insensato”. Pero con el Muro hemos llegado hasta allí desafiando al Miedo en un peligroso viaje sobre ruedas, y además cae la Noche, y además estamos juntos. Nuestra sed de peligros es infinita. Tras esa breve vacilación del cuerpo, pues, continuamos el Descenso. Esta vez nos acompañaba un can, dispuesto tal vez a oficiar como mensajero entre ambos mundos: el de las tres mujeres allá arriba, y el de los tres hombres aquí abajo (a esa altura, Chiquito se ha sumado en musculosa a la partida). El can ejerce su compañía despreocupada y bondadosa igual que si estuviera en algún paraje de la campiña británica correteando plumíferos con Andy Murray. El Muro arriesga que acaso su servicio de mensajería conecte tres mundos, y no dos como yo acabo de proponer. Esa suposición se la inspira al Muro la singular tensión del rabo del perro, que semeja una antena direccionada hacia el infinito.
Desplegamos El Juego sobre la mesa. Los efectos del tiempo transcurrido desde la partida anterior sobre nuestras habilidades son menos severos de lo que esperábamos. El Juego sabe ser generoso y distribuir sus dones. Los errores no forzados equiparan los scores. Nos alternamos triunfos y derrotas.
Ahora bien: yo recuerdo perfectamente, porque me maravilló siendo muy joven, el último episodio de la película Sueños, del japonés Akira Kurosawa (y que ahora, casi como otro sueño, Usted puede verlo aquí), donde se muestra una aldea en la que el Hombre y la Naturaleza conviven en armonía, y la Muerte es ocasión de celebración, tanto como lo fue la Vida. Nada de eso, sin embargo, me vino a la cabeza cuando, casi terminando El Juego, descubrí la causa del fuerte olor que habíamos percibido al llegar: un ratón muerto en proceso de Descomposición. Más bien recordé esta otra escena, cuya traducción al porteño, según el poeta E. Zaidenwerg, podría ser así:

“Ser o no ser, papá, la cosa es ésa:
¿qué te conviene más a vos, bancarte
piola las biabas del destino puto,
o hacerte el guapo si las papas queman
y defender lo tuyo? Morir: apoliyar;
nomás, y terminar, apoliyando,
con el dolor de huevos y la mufa
que nos viene en los genes: la verdad,
qué bueno que estaría. Morir, apoliyar;
a lo mejor soñar, ésa es la joda:
porque, guarda, pensemos en los sueños
que, a lo mejor, al estirar la pata,
nos vengan a joder: ése es el tema
que hace que todo mal dure cien años;
¿o quién se bancaría ser un viejo choto,
las injusticias del poder de turno,
que le haga cara de asco un engrupido,
que una mina lo deje, a los corruptos
de la corte suprema, hacer mil colas
por la jubilación, y que los chantas
se rían en la cara del honesto,
cuando podría terminar con todo
con un tiro en la boca? ¿Quién, acaso,
querría laburar de sol a sombra,
si no fuera por miedo a lo que viene
después que se te para el corazón,
esa tierra de nadie, que te atonta
las neuronas, y te hace andar diciendo:
“más vale malo conocido que
bueno por conocer”; y así, ya ves,
nos hace ser cagones pensar tanto:
cuando decías “no me para nadie”,
“salgo a romper la noche”, “ésta es la mía”
te ponés a pensar, te cagás en las patas
y te quedás en las gateras. ¡Shhhhh…!
Quedate piola, Ofelia, y cuando reces
no te olvidés de las macanas que hice.”

Al teminar El Juego, El Muro advirtió a una de las mujeres chinas sobre nuestro hallazgo. Después salimos. La luna, en cuarto creciente, tenía el aspecto de una hoz, y en Palermo los restoranes empezaban a llenarse.

Alerón

El perrito de la cola biónica

Era tricolor: blanco, negro y marroncito. Era chiquito, de ojitos negros y brillantes como dos cascarudos. Era bueno. Paseaba por el salón con la inocencia de un chico paseando por prados soleados. No se cruzó con la rata muerta. Creo que nunca se conocieron, eran de mundos diferentes. Lo de ellos no podía ser. La china lo llamó desde arriba de mala gana. Él subió dócil, con esa colita erguida que parecía una antena.
Hoy perdí todos los partidos.

El Muro

El año de la rata

Dijo El Muro: "En el salón había una rata" y la luna se achicó.
Estaba muerta y cercana a un extenso sillón de cuerina bordó. Muy extenso, tal vez demasiado.
Dijo el horóscopo chino: "Su principal cualidad es la intuición, la osadía y la astucia".

Los habitantes del mítico sotáno tienen la osadía de plantar una rata muerta en el salón donde se juega porque están desarrollando un experimento. Ellos cuentan los días que pasan sin que los jugadores se percaten del suave animalito. Hay serias apuestas al respecto. Alguien ha perdido un dedo en el medio.
Dijo el almanaque ilustrado por el Río Huan Se: "Han pasado 27 días, 18 partidos".

La china que baja las cervezas intuye que los jugadores no pisan esa zona del salón. Todas las pelotas hacen golpes secos, vienen con el eco de la izquierda.
Dijo la china: "Dos de los jugadores son zurdos".

La rata fue astuta en vida. Supo esconderse en el salón. Intentó participar de la legión pingponera pero no fue reclutada y en sus últimos días trasladó su persecuta al extenso sillón.
Dijo la rata: "Fue por el capitalismo salvaje".

Serenella

El regreso de La Mole

La luz al final del pasillo nos hacía ilusionar. Se veían un par de ollas colgando, esperando su turno. Pero la china se hacía desear. Entonces lo miré a La Mole y a su novia filipina y les propuse virar hacia el pub "New Time". Aceptaron.
Tomamos el subte, donde nos cruzamos con unas yudokas preadolescentes.
En la puerta del lugar nos recibieron unos tipos recios. Pusieron caras con forma de signo de pregunta. Sin decir nada les señalé a La Mole, que dijo: "Queremos Pong".
Adentro nos armaron la mesa, que estaba acurrucada en un rincón, rodeada de sillas. La música sonaba fuerte, saturada: yo quiero que me toque una cumbita, yo quiero que la baile Maribel, quiero ver su graciosa figurita moviendo los pies.
La chica agarraba la paleta como palitos chinos. No era buena, pero se notaba la predisposición de su genética para con el juego. Era cuestión de tiempo.
La Mole abrió el peloteo un poco titubeante, pero cuando empezó el primer match cambió repentinamente. Era mejor de lo que me había hecho creer. Estrategias de un grandote para nada sonzo. Se llevó el primer partido.
El resto de la noche puse las cosas en su lugar.

El Muro

Pelotazo en contra

Cierta noche de invierno me dirigí al mítico lugar (sótanos de Alabama), iba en búsqueda del Muro y hacía frío. Antes del descenso, un profundo olor a humedad hizo patente la presencia del aprisionado Maldonado, todavía vivo, capturando pelotas perdidas en las aguas subterráneas. Antes del descenso, una fiesta de 15 comenzaba a dragonear. La escenografía dio pista al mejor sacador.

Una foto-poster de una adolescente frenteaba el salón. Plumas negras adornaban el marco rojo que, con letras doradas, señalaba el nombre de la homenajeada. Negro, rojo y dorado reproducían la iconografía de lo sagrado y de un barrio trucho a la Taipei. Unos tíos sueltos fumaban como en estado de oración. Sobre las mesas había cuencos con papas fritas y plumas negras dispuestas arbitrariamente. En una única mesa estaba el cuaderno forrado con plumas negras preparado para la escritura del buen augurio.
Plumas negras a los 15: el sacrificio del gallo y luchadores de sumo como patovicas en estado de ebullición.

Serenella

EL JUEGO

Ayer no pasó casi nada. Miento: la columna azul parpadeó dos veces, y Chiquito intuyó que era una señal de que en alguna parte, una nueva banda de rock malo conseguía una fecha buena. Además la Nena Sin Corpiño mejoró su revés como por Arte de Magia. La misteriosa y repentina dinámica del Progreso en El Juego ya la habíamos verificado con el Muro: un buen día, de pronto, te sale un golpe que toda la vida se te había negado, casi -te dabas a pensar, recostado y pegoteado contra la cuerina bordó tras una nueva derrota- como un destino. Pero en eso El Juego es un sucedáneo mejorado de la existencia, y por ello, supongo, nos convoca aquí cada día. Ayer el Buen Dios de El Juego asisitó a La Nena Sin Corpiño con un mandoble allí donde antes salía un golpe blando, dormilón, evidente. El Dragón, que ya se había puesto la bata, la vio pasar sin atinar a devolverla, soltó un improperio y perdió un punto que clavó el marcador allí donde mucho antes hubo un magazine: 13/20.

Alerón